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Cremas de protección solar para niños

Fuente: Pixabay

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Con la llegada del buen tiempo, una de las preocupaciones de los padres que tienen hijos pequeños es qué medidas deben tomar para protegerlos de los efectos dañinos de la radiación solar. Preguntas como qué crema deben elegir, el tipo de filtro, cada cuánto hay que volver a aplicarla o el factor de protección son habituales en las consultas de pediatría de atención primaria. En este post realizaremos un repaso sobre todo lo que debéis tener en cuenta a la hora de elegir un protector solar para los más pequeños de la casa.

¿Por qué los niños deben protegerse del sol?

Por todos es sabido que la radiación solar, tanto la tipo UVB como UVA, tiene efectos negativos sobre la salud, sobre todo envejecimiento cutáneo prematuro, quemaduras e hiperpigmentación, además de ser uno de los factores más relacionados con el cáncer de piel. Por este motivo, todas las personas, independientemente de lo oscura que sea su piel, deben protegerse aplicando diferentes mecanismos para disminuir la radiación que reciben a lo largo de los años. Esta recomendación, si cabe, es mucho más importante en los niños debido a que su organismo está en desarrollo y su piel es más sensible a los efectos dañinos que comentábamos. Para protegernos del sol podemos emplear varios mecanismos, desde evitar salir a la calle en las horas centrales del día o permanecer a la sombra, hasta utilizar ropa de manga larga y gorro (ya hablaremos un día de qué tipo de ropa es la más adecuada porque no toda vale) o emplear un protector solar en forma de crema o loción.

Tipos de filtros solares

Actualmente existen dos tipos de filtros solares. Los que reflejan la radiación y los que la absorben. Ambos mecanismos funcionan de forma similar, impidiendo que la radiación llegue a la piel y, por tanto, no ejerza sus efectos dañinos. En el mercado existen dos tipos de filtros: orgánicos (también llamados filtros químicos) y no orgánicos (llamados filtros físicos).

1. Filtros químicos u orgánicos

Estos filtros son protectores solares que absorben la radiación solar y la transforman en otro tipo de energía que no provoca daño en la piel. Son compuestos químicos diseñados en el laboratorio para absorber un tipo de radiación concreta: UVB o UVA. Existen muchos en el mercado, como por ejemplo los cinamatos, el octinoxante o las benzopenonas. Todos ellos presentan como ventaja que son estéticamente muy tolerables ya que no dejan la típica capa blanca cuando se aplican. Son filtros solares muy seguros aunque en un porcentaje pequeño (menos del 0,1%) pueden dar lugar a reacciones adversas como fotosensibilidad, alergias locales o dermatitis de contacto.

2. Filtros físicos o no orgánicos

En este caso reflejan la radiación solar, además de servir tanto para la radiación tipo UVB como UVA. Antiguamente eran muy poco estéticos ya que dejaban un capa blanca visible en la piel, pero el desarrollo de nuevos productos ha conseguido que casi no dejen marca después de ser aplicados. Los compuestos más utilizados como filtros físicos son el oxido de zinc y el dióxido de titanio. Presentan como ventaja frente a los filtros químicos que son más tolerables a nivel cutáneo ya que no provocan irritación local. Por este motivo, son los preferidos en niños pequeños.

3. Los protectores de “amplio espectro”

Debido a que muchos de los compuestos que se utilizan para fabricar un protector solar solo bloquean un tipo de radiación, la gran mayoría de las marcas comerciales fabrican cremas o lociones combinando varios de estos productos con el fin de conseguir una protección efectiva tanto para radiación UVB como UVA. Antiguamente esta combinación se conocía como «amplio espectro» (O broad spectrum), sin embargo, la nomenclatura actual ha cambiado. Actualmente la legislación internacional exige que figure en el envase el tipo de radiación contra la que protege la crema. En concreto, el SPF hace referencia al factor de protección frente a UVB. Si además en el envase aparecen las siglas UVA con un círculo rodeándolas, significa que ese producto ofrece al menos 1/3 de protección frente a esta radiación respecto al SPF (que es la recomendación actual de la Unión Europea).
Esta sería la nomenclatura actual para designar una crema de «amplio espectro».

¿Qué factor de protección elijo para mi hijo?

Una vez que hemos elegido el tipo de filtro que vamos a emplear, debemos fijarnos en el factor de protección o SPF. Al fin y al cabo esto revela cómo de concentrado está el tipo de filtro que contiene la crema y refleja la protección que nos aporta. Para que sea fácil de entender, sería la cantidad de veces que la piel esta protegida frente a no llevar crema. Es fácil de entender que cuanto mayor sea el SPF, mayor va a ser la protección ya que evita en mayor medida la llegada de la radiación a la piel. Tanto la Academia Americana de Pediatría como la Asociación Española de Pediatría recomiendan que en niños se empleen productos con una protección de al menos 30 SPF. Sin embargo, debido a que la cantidad de crema que suelen emplear los padres es escasa, podrían utilizarse cremas con 50 SPF para contrarrestar la poca crema que se suele aplicar a los niños. Por otro lado, no está demostrado que las cremas con 50+ SPF protejan más que las fabricadas «solo» con 50 SPF. Otra dato a tener en cuenta a la hora de elegir una crema para un niño es que debe ser “resistente al agua” (o water resistant) ya que garantizan que la protección se mantenga al menos durante los siguientes 40 minutos tras un baño en la piscina o en el mar. Las llamados «waterproof», protegen el doble de tiempo. En cuanto a el tipo de producto, es preferible el empleo de cremas o lociones frente a geles o sprays, ya que estos últimos contienen productos irritantes para la piel.

¿Qué cantidad de crema debo aplicar?

Se considera que un adulto está protegido contra el sol si emplea 30 ml de crema repartida por todo el cuerpo. Como os podéis imaginar, el cuerpo de un niño es más pequeño y, por tanto, la cantidad debe ser menor. Una buena regla para saber si lo estamos haciendo bien es aplicar la cantidad de una “cucharada” pequeña por cada parte del cuerpo como cara, cuello y brazos. Para el pecho, la espalda y piernas emplearemos dos cucharadas para cada lado. Es también importante recordar que la crema debe aplicarse 15-30 minutos antes de la exposición solar y repetirse cada 2 horas y siempre después del baño. Por último, recordad siempre echar crema en las orejas y el cuello, que suelen ser los lugares en donde más quemaduras solares se producen en niños. Otro lugar que no debe olvidarse son los labios, pero ojo, para estas localizaciones existen unos productos especiales. Y como producto cosmético que son las cremas de protección solar, una vez abiertas tienen un periodo de vida útil determinado (PAO, “period after opening”). Así que tendréis que ver qué cremas os sirven de un año para otro. Podéis comprobar cuál es si os fijáis en el numerito que hay dentro del icono con forma de bote de crema que hay en el envase del protector que hayáis comprado.
Ejemplos del PAO. La letra M significa meses.

¿Qué pasa con los niños menores de 6 meses?

Los pediatras solemos repetir como un mantra que los niños por debajo de los 6 meses no deben estar expuestos al sol. Esto se debe a que la barrera cutánea de estos niños es muy inmadura y los efectos del sol en esta edad son todavía más dañinos. Para evitar esta exposición al sol debemos emplear ropa de manga larga y gorro, así como permanecer a la sombra la mayor parte del tiempo. Además, debido a esta inmadurez, los efectos secundarios de los protectores solares son más frecuentes, motivo por el que no debemos emplear este tipo de productos de forma habitual por debajo de ésta edad. En el caso de que no pudiéramos evitar cierta exposición solar a un bebé menor de 6 meses, podemos emplear un protector solar con al menos 15 SPF en zonas pequeñas como la cara y las manos, eligiendo en primer lugar filtros no orgánicos por ser menos irritantes.

¿Y qué pasa con la vitamina D y las cremas solares?

La vitamina D es fundamental para el organismo y se sintetiza en la piel gracias a la exposición solar. En este sentido, muchos habréis leído que el empleo de cremas solares puede disminuir su síntesis. Sin embargo, esto solo ha sido demostrado en experimentos en laboratorios pero no existe ningún estudio de calidad en personas que haya confirmado que los protectores solares disminuyan la producción de la piel de vitamina D. Teniendo esto en cuenta y que, además, los padres pecamos en echar menos crema de la que deberíamos a nuestros hijos, no os volváis locos con si debéis dejar a vuestros hijos al sol 10 minutos cada día antes de aplicarles la crema. Seguro que con la cantidad de sol que reciben a diario es más que suficiente para sintetizar la vitamina D que necesitan cada día..

En resumen…

A la hora de elegir un protector solar de un niño debemos:
  • Elegir filtros de “amplio espectro”, preferiblemente filtros físicos/no orgánicos.
  • Elegir cremas con factor de protección de al menos 30 SPF.
  • Aplicar la crema de 15-30 minutos antes de la exposición solar en cantidad suficiente y repetir la operación cada 2 horas y después del baño.
  • Evitar al máximo la exposición solar en niños menores de 6 meses. Si no fuera posible, aplicar poca cantidad con al menos 15 SPF en zonas expuestas.

Fuente: Dos Pediatras en Casa G.O

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Dónde medir la fiebre de un niño

Termómetro

Fuente: Dos Pediatras en Casa

La fiebre es uno de los motivos de consulta más frecuentes en Pediatría, de hecho, la inmensa mayoría de los niños que acuden a Urgencias la presenta. En este blog ya hemos hablado en multitud de ocasiones sobre ella reforzando la idea de que la fiebre no es nada más -ni nada menos- que uno de los posibles síntomas asociado a una infección, como puede ser la diarrea y los vómitos en una gastroenteritis o los mocos en un catarro. También hemos hablado de su manejo o de cuál es el mejor termómetro para un niño, sin embargo, nos quedaba por rellenar el hueco de explicaros cuál es el mejor sitio para medir la fiebre, así que vamos con ello.

Temperatura central vs. Temperatura periférica

La temperatura que nos importa a los médicos es la temperatura corporal central, es decir, la temperatura del interior del cuerpo en donde se encuentran los órganos vitales. Ésta varía entre los 36,4-37,2ºC y es algo más elevada que la temperatura periférica. Sin embargo, debido a que los métodos para medir la temperatura central son muy invasivos, la temperatura que utilizamos habitualmente en nuestra práctica clínica es la temperatura periférica y es la que tenemos en cuenta a la hora de decidir si un niño tiene fiebre o no. La temperatura periférica es un reflejo de la temperatura central, ya que se ha comprobado en muchos estudios que la temperatura medida en diferentes partes del cuerpo como la axila, la boca, el recto, el oído o la frente… se correlaciona muy bien con la temperatura central. Sin embargo, no es lo mismo medir la temperatura periférica en cada una de estos sitios, por lo que debemos conocer las particularidades de cada uno de ellos.

Sitios en los que se puede medir la fiebre

Como decíamos, dependiendo de dónde midamos la fiebre tendremos que tener en cuenta unas cosas u otras. La temperatura rectal es la que se correlaciona mejor con la temperatura central y se considera normal valores entre 36,5 y 38ºC. Sin embargo, la medición en esta zona corporal puede entrañar riesgos por lo que no está recomendada de forma rutinaria. La boca, a nivel sublingual, es la otra zona del cuerpo que presenta una correlación excelente con la temperatura central aunque suele ser algo más baja que la rectal, con un rango de normalidad entre 35,5-37,5ºC. En este caso, es difícil medir la fiebre en dichas localización en niños pequeño ya que no suelen colaborar, además puede falsearse si están respirando rápido (muy habitual cuando un niño tiene fiebre o presenta dificultad respiratoria). La temperatura a nivel de la axila es fácil de tomar en casi cualquier niño. Sin embargo, la correlación con la temperatura central es peor que las dos anteriores debido a que la piel puede estar fría mientras que el interior de nuestro cuerpo está caliente o con fiebre. En España, es el método más empleado para medir la fiebre y es el que recomiendan la mayoría de las asociaciones de nuestro país. Se acepta como normal un rango entre 34,7-37,3ºC. Para la medición de la temperatura rectal, bucal o axilar se suelen emplear termómetros digitales o de galistán. El problema de ellos es que tardan uno o dos minutos en dar la medición, lo que hace que para los niños (o los padres que sujetan a los niños) sea relativamente incómodo. En los últimos años han aparecido nuevos sistemas de medida como la medición mediante infrarrojos. Este sistema de medición permite tomar la temperatura en otras partes del cuerpo como en el oído (temperatura de la membrana timpánica) o en la frente (temperatura de las arterias temporales). Son termómetros muy cómodos ya que dan la temperatura en pocos segundos sin que molestemos mucho al niño. La correlación entre la temperatura del oído es muy similar a la temperatura central. Sin embargo, los aparatos de medida de uso comercial que podemos tener en domicilio son poco precisos respecto a los que se utilizan en investigación, de hecho, los estudios en los que se comparan estos termómetros comerciales frente a los que miden la temperatura rectal han mostrado resultados contradictorios. El rango de normalidad aceptado es de 35,8-38ºC. En el caso de los termómetros de frente, la medición de la temperatura puede verse influenciada, por ejemplo, por el sudor, lo que se traduce en que su correlación con la temperatura rectal en los estudios realizados sea también contradictoria, en ocasiones más altas o más bajas que la de referencia. Por tanto, tampoco se recomiendan a la hora de tomar decisiones clínicas importantes. No se ha establecido un rango de medición, aunque muy probablemente sea similar al de la medición en oído.

Entonces, ¿dónde debería tomar la temperatura a mi hijo para saber si tiene fiebre?

Como has podido leer, existen varios sitios donde podemos medir la fiebre: el recto, la axila, la boca, la frente o el oído. Sin embargo, no existe un consenso claro entre las diferentes asociaciones de pediatría de dónde deberíamos medir la fiebre en los niños. En España, según la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap), los padres deberían medir la temperatura a sus hijos en la axila con un termómetro digital. En los hospitales o en los centros de salud, deberíamos utilizar la vía axilar como primer método de medida y, en el caso de que se necesite una medición más exacta, considerar la vía rectal en niños menores de 5 años o la bucal en los mayores de esa edad. Por el contrario, la Academia Americana de Pediatría (AAP) aconseja la medición rectal en domicilio de la temperatura en todos los menores de 5 años y la bucal a los mayores de esa edad. Tampoco es de la misma opinión el Instituto Nacional de Salud y Excelencia Clínica (NICE) del Reino Unido, el cual cree que es aceptable la toma de la temperatura a nivel axilar en los menores de 4 meses, mientras que en los niños por encima de esa edad, además de la medición axilar, se podría emplear la del oído.
Quizá todo esto os parezca un lío. Que si varios tipos de termómetro, que si varios sitios donde se puede medir la temperatura, que si cada asociación dice una cosa… y, la verdad, no os falta razón. Creemos que lo más importante es ser prácticos y no complicarnos mucho la vida, que criar a nuestros hijos ya es de por sí muy complicado. En nuestra opinión, al igual que recomienda la AEPap, la axila debe ser el sitio de elección para que los padres midan la temperatura a sus hijos debido a la facilidad de este método y su seguridad. Y recordad, siempre va a ser mucho más importante cómo se encuentren vuestros hijos y su estado general para tomar la decisión de su darles o no un antitérmico que el grado de fiebre que marque el termómetro.

Fuente: Dos Pediatras en Casa G.O

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Bibliografía:

  • Fever in infants and children: Pathophysiology and management. UpToDate (última revisión enero 2019).
  • «Fiebre: ¿cómo medir la temperatura?, ¿cuándo y cómo tratar la fiebre?» de la AEPap (link).
  • «Cómo tomarle la temperatura a un niño» de HelthyChildren.org, portal de información para padres de la AAP (link).
  • Fever in under 5s: assessment and initial management. Guía NICE (link).

Conjuntivitis en niños

La conjuntiva es la membrana que recubre tanto la parte interior de los parpados como gran parte del globo ocular y, de forma sencilla, podemos identificarla como la cobertura de la parte blanca del ojo. Como sucede con cualquier parte del cuerpo se puede inflamar, lo que daría lugar a una conjuntivitis, ya que el sufijo -itis significa inflamación. Es una de las enfermedades más frecuentes de la infancia, de hecho, pocos son los niños que no la han tenido alguna vez. Y es que no hay tarde en Urgencias en la que no atendamos a un niño que ha comenzado a ponérsele un ojo rojo.

En este post repasaremos las posibles causas de las conjuntivitis y cómo debéis actuar en el caso de que vuestro hijos esté pasando por una de ellas.

¿Cuáles son los síntomas de una conjuntivitis? 

Normalmente la conjuntiva es transparente, lo que permite que veamos las capas profundas del globo ocular con su color blanco habitual. Cuando la conjuntiva se inflama, cambia de color y se pone de color rojo debido a que aumentan los vasos sanguíneos que hay en ella. Este cambio de color da lugar a esos “ojos inyectados en sangre” que os suelen llamar tanto la atención cuando un niño tiene una conjuntivitis.

En esta imagen se puede ver como la parte blanca del ojo se pone roja, característico de las conjuntivitis

Además de que el ojo se vuelve de color rojo, es muy frecuente que aparezca secreción mucosa (legañas), como los mocos de la nariz en el caso de un catarro, pero esta vez en los ojos.

Debido a la inflamación de la conjuntiva, otros síntomas que pueden presentar los niños son sensación de cuerpo extraño -como arenilla al parpadear- o picor de ojos. En ocasiones, la inflamación va un poco más allá y observamos párpados con una leve hinchazón.

Causas principales de conjuntivitis en niños 

Resumiendo mucho, las conjuntivitis se pueden producir por dos mecanismos. Lo más frecuente es que se produzcan por una infección -ya sea ésta debida a un virus o a una bacteria– y, en segundo lugar, por una agresión local no infecciosa. Es importante diferenciar unas de otras ya que el tratamiento varía entre ellas.

Conjuntivitis provocadas por virus 

En este caso, los dos ojos suelen estar afectados. Es habitual que se ponga primero un ojo rojo para que, en 1 o 2 días, le siga el segundo. Las legañas de las conjuntivitis víricas son escasas y su aspecto es trasparente o ligeramente amarillo, aunque a primera hora de la mañana suelen ser más espesas, incluso el niño puede levantarse con el ojo pegado. Suelen presentar sensación de cuerpo extraño con picor de ojos y parpadeo frecuente junto con lagrimeo constante. 

Hay muchos virus que pueden provocar conjuntivitis, siendo el Adenovirus el más frecuente de ellos. Como en cualquier infección viral, las conjuntivitis de este tipo pueden acompañarse de otros síntomas como fiebre, malestar general o mucosidad nasal. 

Como bien sabréis, las infecciones provocadas por virus son un tipo de infección que se curan solas. Igualmente pasa con las conjuntivitis víricas: son autolimitadas, resolviéndose en 1 o 2 semanas sin necesidad de ningún tratamiento especial.

Conjuntivitis provocadas por bacterias 

A diferencia de las anteriores, las conjuntivitis provocadas por bacterias suelen afectar solo a un ojo y las legañas que presentan tienen aspecto de moco espeso, incluso purulento. Las legañas de este tipo de conjuntivitis tienen el mismo aspecto a lo largo de todo el día y no suelen acompañarse de otros síntomas más allá del ojo rojo. 

Conjuntivitis con secreción legañosa típica en las de origen bacteriano

Las bacterias casuantes de conjuntivitis son las que habitualmente tenemos en la piel o las que provocan infecciones respiraratorias, con nombres tan raros como Staphylococcus aureus, Streptococcus pneumoniae, Haemophilus influenzae y Moraxella catarrhalis. Son muy contagiosas por lo que, sobre todo en niños pequeños que suelen frotarse los ojos al no entender lo que les pasa, suelen acabar pasándose de un ojo al otro.

Como veremos luego, en el tratamiento de este tipo de conjuntivitis utilizamos un colirio antibiótico

Tanto las conjuntivitis víricas como las bacterianas son frecuentes en niños pequeños, sobre todo por debajo de los 3 años.

Conjuntivitis no infecciosas 

En este tipo de conjuntivitis la causa es una agresión externa diferente a una infección. 

Las más frecuentes de este tipo son las de tipo alérgico, provocadas en muchos casos por el polen en suspensión de alguna planta, y se caracterizan por ojo rojo y mucho picor. Pueden acompañarse de legañas trasparentes aunque no es indispensable. Suelen darse en niños a partir de los 3-4 años con alergia entre sus antecedentes. En este caso se tratan con un colirio antihistamínico y mejoran en uno o dos días. 

Por otro lado, cualquier cuerpo extraño puede provocar una conjuntivitis, como por ejemplo, la arenilla del parque que se mete en el ojo del niño con un golpe de viento. La gran mayoría de estos casos se solucionan lavando del ojo. 

¿Y cómo las diferenciamos? 

Para poder diferenciar entre unas conjuntivitis y otras, los pediatras nos basamos en la exploración física (tipo de legañas, uno o dos ojos afectados,…), los síntomas acompañantes y los antecedentes del niño. 

Por ejemplo, en un niño con alergia a pólenes que en primavera empieza con picor de ojos y estornudos, es muy probable que esa conjuntivitis sea de causa alérgica. Si mejora con un antihistamínico oral o en colirio, el diagnóstico es casi seguro. 

Por el contrario, en un niño pequeño con fiebre, tos y mocos con los ojos rojos y legañas de aspecto claro, la causa vírica es la más probable mientras que en un niño que se levanta con un solo ojo pegado sin otros síntomas, la conjuntivitis que padece es casi con total seguridad de causa bacteriana.

A veces no es tan sencillo diferenciar unas conjuntivitis de otras pero el paso de los días y la respuesta al tratamiento iniciado suelen dar más pistas acerca cuál es la causa, lo que nos permite establecer un diagnóstico definitivo e iniciar un tratamiento específico. 

¿Cuál es el tratamiento de las conjuntivitis? 

Dependiendo de la causa, empelaremos unos tratamientos u otros, aunque hay una serie de medidas generales que indicamos en todas las conjuntivitis y que buscan mejorar los síntomas del niño. 

Para las legañas, debemos limpiar el ojo con una gasa y suero fisiológico cuantas veces sea necesario. Es muy importante que se utilice una gasa por ojo para evitar pasar la infección de uno a otro en el caso de que la causa sea infecciosa. Si el niño tiene además sensación de arenilla al parpadear, pueden emplearse lágrimas artificiales a demanda para mantener el ojo lubricado mientras mejora el proceso.

En el caso de las conjuntivitis provocadas por bacterias, el empleo de un colirio antibiótico disminuye la duración del cuadro clínico. Dependiendo de la severidad de la conjuntivitis, las gotas deben administrase cada 4, 6 u 8 horas. Es habitual que mejoren de forma rápida en uno o dos días. La duración total del tratamiento suele ser de una semana.

En ocasiones, también empleamos colirio antibiótico en conjuntivitis virales. Esto se debe a que es habitual que este tipo de conjuntivitis se sobreinfecte con bacterias de la piel cuando el niño se frota el ojo afectado.

Como dijimos más arriba, en el tratamiento de las conjuntivitis alérgicas se emplean colirios con antihistamínico mientras dure el proceso, en ocasiones durante toda la primavera. 

Por último, en las conjuntivitis por una agresión externa basta con la limpieza del ojo con suero fisiológico mientras se resuelve la inflamación. En le caso de que se sobreinfecte también se emplearía un colirio antibiótico.

¿Debe evaluar un oftalmólogo a un niño con conjuntivitis? 

La gran mayoría de las conjuntivitis de los niños se resuelven solas o con tratamiento antibiótico en unos pocos días sin compliaciones. Debido a su carácter beningno, no es necesario que todas las conjuntivitis sean evaluadas por un oftlamólogo, ni en el primer momento ni durante la evolución del proceso. 

En el caso de que no mejoren en unos días, esa visita al oftalmólogo podría tener sentido al igual que siempre que la conjuntivitis se acompañe de alguno de los siguientes signos de alarma: 

  • Cuando se acompaña de pérdida visual
  • En el caso de que la luz moleste mucho.
  • Sensación importante de cuerpo extraño en el ojo que impide abrir los párpados.
  • Cuando el ojo esta rojo sobretodo en la zona que esta cerca de la córnea. 

¿Pueden los niños con conjuntivitis acudir al colegio o a la guardería? 

Cuando los pediatras realizamos un diagnóstico de conjuntivitis, la pregunta más habitual que hacen los padres es cuándo podrá el niño volver a clase con sus compañeros.

Tanto las conjuntivitis bacterianas como las provocadas por virus son muy contagiosas, sobre todo a través de las secreciones (legañas) de los niños que las padecen. En este sentido, lo más prudente sería decir a los padres que el niño debe permanecer en casa hasta que deje de presentar secreción. Sin embargo, esto es muy difícil de llevar a la práctica ya que en algunos casos puede que el proceso se prolongue más de una semana. 

Por ello, se acepta que, en el caso de las conjuntivitis provocadas por bacterias, los niños vuelvan a la escuela cuando hayan comenzado con el tratamiento antibiótico. En el caso de las conjuntivitis víricas, la decisión de cuándo volver a clase debe ser similar a cuando un niño tiene un catarro: durante los días que tenga mucha secreción es prudente que se quede en casa y se reincorpore cuando haya mejorado. 

Independientemente de la causa de la conjuntivitis, debemos insistir al niño que, en la mediad de lo posible, no se toque los ojos. Además, los útiles de aseo personal como las toallas deben emplearse solo por ellos en un intento de evitar contagios a otros familiares o compañeros.


El copyright de la imagen de cabecera de este post pertenece a Pablo González-Sabariegos bajo una licencia CC BY-NC 2.0. La imagen de conjuntivitis con legañas esta protegida bajo una licencia CC BY 3.0 y su copyrigth pertenece a Tanalai.

Cosas que dicen las abuelas que no son verdad: bulos de otro siglo…

Antes de empezar y de que más de uno se nos eche encima, queríamos dejar claro que sin el apoyo de los abuelos, muchos de los que tenemos hijos no podríamos llevar adelante la crianza y el cuidado de nuestros hijos. Vivimos en una sociedad en la que la presión laboral es altísima y poder contar con unas manos extras para ir a buscar a los niños al colegio, organizar los baños de la tarde cuando uno de los dos padres no está o, simplemente, dejarlos en su casa para poder descansar una tarde en pareja, es un salvavidas que muchos necesitamos.

Además, las abuelas (y también los abuelos…) son el modelo al que muchos miramos como ejemplo cuando nos hemos tenido que enfrentar por primera vez a un recién nacido, a la rabieta de un niño pequeño, a nuestro primer puré o a esas fiebres interminables durante los primeros meses de guardería. Sin embargo, muchas de las cosas que dicen las abuelas están basadas en la medicina que se hacía cuando ellas fueron madres por primera vez. Y no es que estén equivocadas o que aquella medicina no fuera la adecuada, es que la ciencia evoluciona y a día de hoy conocemos mejor los mecanismos de muchas enfermedades, lo que ha provocado que muchas de las recomendaciones de antaño hayan cambiado.

A pesar de todo, algunas de esas recomendaciones han perdurado hasta nuestros días y los pediatras nos tenemos que enfrentar a ellas a diario para desmontar mitos sobre tratamientos que realmente no funcionan o sobre situaciones fisiológicas que están mal interpretadas. En este post hemos resumido los bulos más comunes sobre salud infantil que han sido transmitidos de generación en generación y que escuchamos frecuentemente en Urgencias o en la consulta de pediatría.

«Tu leche no vale»

Existe la (falsa) creencia de que unas madres pueden producir una leche de menor calidad que otras. Y en muchas ocasiones esta creencia proviene de las abuelas, incluso es algo que oímos en la consulta con frases del estilo «yo no pude dar mucho el pecho porque mi leche era como agüilla» o «es que mi leche no era buena».

La época en al que las abuelas de hoy en día fueron madres coincidió con el boom de la industria farmacéutica en lo que a las fórmulas de leche artificial se refiere. En muchas ocasiones, habitualmente gracias al marketing de las empresas, se trasmitía la idea de que las leches de fórmula eran incluso mejores que la lactancia materna y muchas abandonaban la lactancia más pronto que tarde pensando que no estaban preparadas para ello. De hecho, muchas de estas abuelas desconocen aspectos muy básicos de la lactancia materna al haber alimentado a sus hijos con biberón casi desde el nacimento.

A día de hoy sabemos que la leche materna tiene las mismas calorías por mililitro entre unas madre u otras, por lo que podemos decir que todas las madres son igual de válidas para alimentar a sus hijos. Otra cosa es que la producción de leche no sea la óptima para un bebé concreto, debido en muchas ocasiones a mala técnica alimentaria, pero no es nada que no se pueda solucionar con un buen asesoramiento.

«Diez minutos por pecho cada 3 horas»

Antiguamente se recomendaba que el bebé comiera diez minutos de cada pecho cada 3 horas durante las primeras semanas de vida, ya que se creía que con eso era más que suficiente para que creciera y se desarrollara de manera adecuada. Así lo aprendieron las abuelas y se lo transmiten a sus hijas, creando el falso mito de que deben marcar unos horarios al bebé para comer.

Sin embargo, hoy sabemos que la lactancia materna (y también la artificial) debe darse a demanda. Es decir, el bebé debe decidir cada cuánto y qué cantidad come en cada toma. Además, desde el punto de vista de la fisiología de la lactancia, es mucho más adecuado que un bebé tome todo lo que quiera de un solo pecho, que solo un poco de ambos. Esto se debe a que la leche no es la misma a lo largo de toda la tetada (con más agua al principio y más grasa al final) y, además, si el pecho se vacía entero hay un mayor estímulo para la lactancia.

Podéis encontrar más información sobre lactancia materna en nuestra sección de consejos (link).

«Métele cereales al biberón para que el niño duerma más por la noche»

Otra creencia que ha llegado hasta nuestros días es aquella que dice que si a un bebé le das mucho de comer antes de la noche es más probable que aguante más horas durmiendo y que no se despierte a media noche reclamando otra toma.

Este es otro de los grandes mitos de la crianza ya que no hay ningún estudio que haya demostrado que aumentar la ingesta calórica en la toma previa a la noche haga que los niños duerman más y mejor. El sueño depende de la madurez del niño y no de lo que come, así que es mejor evitar esos biberones con un montón de cereales ya que solo estaremos sobrealimentado a nuestro hijo.

«Si hay fiebre, hay infección. Y si hay infección, hay que tratar con antibiótico»

Otra de las grandes creencias de las abuelas es que la fiebre se asocia a la necesidad de iniciar un tratamiento antibiótico. Y nada más lejos de la realidad.

Las infecciones son las enfermedades provocadas por microorganismos, sean estos virus, bacterias, hongos o parásitos. En ocasiones, esas infecciones irán acompañadas de fiebre. Sin embargo, la aparición de este síntoma no quiere decir que la infección esté provocada por una bacteria, que como ya sabéis es el único microorganismo que hay que tratar con antibiótico.

A día de hoy sabemos que la gran mayoría de las veces que un niño tiene fiebre se debe a una infección provocada por un virus, cerca del 99% de las veces, por lo que esos niños se curarán de su infección con un poco de paciencia y dejando pasar el tiempo sin necesidad de iniciar un tratamiento antibiótico.

«Es que tiene el moco verde, ya ha llegado el momento de empezar un antibiótico»

Y si las abuelas siguen pensando que cuando un niño tiene fiebre es porque necesita antibiótico, si los mocos se le ponen de color verde ya apaga y vámonos…

Antiguamente se asociaba esta condición, la de que el color de los mocos de un niño cambiara desde el transparente al amarillo y luego al verde, a que el catarro del pequeño de la familia se había complicado. Nada más lejos e la realidad. Es habitual que el color de los mocos cambie con el paso de los días como reflejo de que las defensas de nuestro cuerpo están actuando contra el virus que provoca ese catarro. Esto se debe a que los leucocitos, células del organismo que nos defienden de las infecciones, segregan unas sustancia que oxida el hierro haciendo que el moco cambie de color.

«Abriga al niño que se va a acatarrar»

No es raro ver a una madre acompañada de la abuela de los niños, con un bebé envuelto en siete y ocho capas de ropa, con una bufanda que da mil vueltas y un gorro calado hasta la cejas. La excusa para ello es que hace frío en la calle y no quieren que se acatarre.

Cierto es que la mayoría de los catarros ocurren en los meses fríos del año y que el propio frío puede provocar un poco de moqueo por irritación, pero nada que no se solucione al volver a la comodidad de nuestras casas. Sin embargo, para que haya un catarro hace falta que el niño se contagie de un virus y a estos microorganismos les da igual cómo de abrigada vaya su víctima. Así que no es necesario que abriguéis al niño en exceso, con que esté agustito es más que suficiente. Y por la misma regla de tres, los virus tampoco entran por los pies aunque el niño esté descalzo todo el día…

«La fiebre no le baja y eso no puede ser bueno»

Que los padres tienen miedo cuando los niños tienen fiebre es una realidad, de hecho, la gran mayoría de las consultas en Urgencias son por este motivo: el niño tiene fiebre. Y vete tú a saber por qué, una de las mayores preocupaciones de los padres en torno a la fiebre se refiere a que en ocasiones esos 39ºC no terminan de bajar del todo y piensan que es malo para el niño. Estamos convencidos de que esto se debe a que ésta ha sido más una creencia heredada de nuestros mayores, ya que no hay evidencia científica que la sustente.

Como os hemos contado más veces, la fiebre es un mecanismo de defensa contra las infecciones y el que no termine de bajar no significa que el proceso que sufre el niño sea peor. De hecho, la administración de un antitérmico va encaminada a mejorar el estado general del niño y su disconfort y no tanto el grado de temperatura que marca el termómetro.

«Lo mejor para la diarrea es la limonada alcalina con la receta de la abuelita o el Aquarius»

Las gastroenteritis son procesos infecciosos en los que predomina la diarrea y/o los vómitos. Esto da lugar a una pérdida tanto de electrolitos como de líquidos, la cual debemos compensar para que el paciente no se deshidrate.

La famosa «limonada alcalina» es un brebaje que intenta compensar esas pérdidas y que se fabrica en casa con agua, sal, bicarbonato, azúcar y limón en unas cantidades determinadas. Esta receta ha pasado de mano en mano, generación tras generación y ha llegado hasta nuestros días. Sin embargo, es muy fácil preparar la limonada sin acertar correctamente en las cantidades exactas de cada ingrediente, lo cual podría ser muy peligroso en el caso de que padezcamos una gastroenteritis y la consumamos.

Algo parecido pasa con el Aquarius o cualquier otra «bebida para derportistas». Estas están diseñadas para gente que hace deporte y contienen mucho azúcar y un poquito de sales.

Sin embargo, para una gastroenteritis, lo que está indicado es el consumo de suero hiposódico, una bebida especialmente diseñada para conseguir la rehidratación de pacientes enfermos y que no se parece en nada en su composición a las «bebidas para deportistas». Las podéis encontrar de venta en farmacias.

«Para la tos no hay nada mejor que una cebolla partida en la mesilla de noche»

De entre todos los remedios de la abuela que existen, quizá éste sea el más extendido. Seguramente muchos habréis probado las maravillas de la habitación de un niño oliendo a cebolla, incluso afirmaréis que funciona de maravilla. Sin embargo, este «tratamiento» para la tos no es más que otro mito ya que no se ha demostrado que funcione.

No existe ningún estudio científico (ni no científico) que haya probado su eficacia más allá de la experiencia personal de quienes han decidido emplearla y les ha «funcionado». De hecho, todas las publicaciones que existen en internet sobre la tos y el empleo de la cebolla para calmarla provienen de España. Qué raro que solo un país en todo el mundo la emplee si es tan buena, ¿no?

«La salida de los dientes provoca fiebre»

Hemos dejado para el final el mito más importante en pediatría. El Mito, con mayúsculas. Está tan extendido que ha traspasado generaciones y una gran mayoría de padres y madres jóvenes actuales también cree que es verdad. No hay día siendo pediatra que no escuches a una abuela curtida en mil batallas diciendo con algo de retintín que «el niño tiene fiebre, pero claro, es que le están saliendo los dientes»; y tú te callas y asientes porque no quieres perder diez minutos de tu tiempo con la abuela empoderada porque tienes la Urgencia con más de dos horas de espera y ya han caído un par de reclamaciones…

Pues bien, de nuevo, no hay ningún estudio que haya demostrado que la salida de los dientes provoque fiebre. De hecho, no existe ninguna explicación fisiológica para que esto ocurra. Sin embargo, cuando se realizan estudios sobre la salida de los dientes se ha observado que algunos cuidadores (en torno a un tercio) constatan que la temperatura de sus hijos se eleva un poco, unas décimas, pero no por encima de 38ºC (que es lo que se considera fiebre).

Como ya hemos contado en otras ocasiones, la salida de los dientes ocurre desde los 6 meses de vida hasta los 2 años (aproximadamente), época en al que la gran mayoría de los niños se contagia de un montón de infecciones banales que suelen cursar con fiebre. Por ello esa falsa impresión de que los dientes dan fiebre, cuando realmente está provocada por algún virus que se ha cruzado en el camino de nuestros hijos.


Y hasta aquí el repaso a esos mitos de otro siglo. Seguro que nos hemos dejado alguno en el tintero, así que no dudes en compartirlo con nosotros en los comentarios.

El estreñimiento en los niños: mitos y leyendas

El estreñimiento supone un motivo muy habitual de consulta, tanto, que afecta a 1 de cada 10 niños. Y, aunque no suele ser síntoma de ninguna enfermad grave, genera mucha preocupación y ansiedad tanto a los niños que los sufren como a sus padres. Como suele ser habitual con «patologías» de este estilo, la sabiduría popular ha ido construyendo mitos y leyendas alrededor de esta condición, muchos de ellos equivocados o erróneos.

En el siguiente post os contamos en qué consiste el estreñimiento y cómo podéis tratarlo, a través de sus mitos y leyendas. ¡Esperamos que os resulte útil!

1. Si a mi bebé le cuesta hacer caca es SIEMPRE estreñimiento. FALSO

Una entidad poco conocida por los padres de niños de pocas semanas o meses de vida es la disquecia del lactante. En ella podemos ver a un bebé que intenta hacer caca con esfuerzo y enrojecimiento facial, incluso con llanto y quejido -como si le molestara al hacerlo- durante unos minutos, finalizando normalmente con una deposición blanda de características normales. Esto ocurre porque el esfínter anal no se relaja y, por eso, al lactante le cuesta hacer sus deposiciones. Es un trastorno funcional del aparato digestivo de los más pequeños que suele resolverse solo con el tiempo y sin necesidad de tratamiento, normalmente al cabo de varios meses. Por ello, no está recomendado ni la estimulación rectal ni el uso crónico de laxantes para ayudar al bebé a hacer caca. Se diferencia del estreñimiento real en que las deposiciones no son duras.

2. Si mi hijo hace caca cada varios días es que tiene estreñimiento. FALSO

El estreñimiento consiste en la baja frecuencia en la deposición (dos o menos a la semana) acompañado de dolor al hacer caca y acompañado de deposiciones duras o muy voluminosas o historia de retención fecal excesiva. Por tanto, si el niño va al baño cada 2-3 días pero cuando hace deposición es de consistencia normal y lo hace sin dolor no se considera estreñimiento. Estos niños simplemente necesitan acudir al baño menos frecuentemente para mantener su hábito intestinal normal.

3. El estreñimiento aparece más frecuentemente en los niños alimentados con fórmula artificial que aquellos que toman pecho. VERDADERO

Como ya os hemos contado en otras ocasiones en la sección Consejos de Lactancia Materna, uno de los beneficios bien conocidos de la lactancia materna es que evita el estreñimiento cuando lo comparamos con los niños alimentados con fórmula. Esto se debe a que el ácido palmítico, un ácido graso presente de forma natural en la leche materna, está esterificado en su mayor parte en posición beta mientras que en las leches de fórmula lo hace, en la mayoría de las ocasiones, en posición alfa. Esto provoca la formación de jabones y sales de calcio con el consecuente endurecimiento de las heces.

4. La causa más frecuente de estreñimiento es el consumo de una dieta con poca fruta y verdura. VERDADERO

No es raro ver a niños al iniciar la alimentación complementaria como les cuesta mucho hacer caca y cuando la hacen es dura cuando antes, cuando solo se alimentaban con leche (ya sea materna o artificial), no tenían problemas para hacer deposición. Normalmente se debe al cambio en el tipo de la alimentación. Si se hace hace hincapié en el aumento de consumo de fibra en la dieta así como de agua (sobre todo en los niños que solo toman leche cuando la madre está presente) suele solucionarse sin ningún problema. Si aún mejorando los hábitos dietéticos persiste el estreñimiento, el pediatra valorará la necesidad de usar algún tipo de laxante.

5. El estreñimiento no es síntoma de ninguna enfermedad. FALSO

La gran mayoría de las veces el estreñimiento es de causa funcional, es decir, se produce en un niño sano sin que haya una enfermedad que lo justifique. Este tipo de estreñimiento mejora al llevar a cabo una serie de medidas dietéticas y mejorando los hábitos a la hora de ir al baño. Sin embargo, en algunas ocasiones, el estreñimiento puede deberse a una enfermedad orgánica y requiere estudio por parte del pediatra, sobre todo cuando no mejora a pesar de implementar estos hábitos o se asocia a otras situaciones (como el retraso en la eliminación del meconio del recién nacido (1ª caquita del bebé) más allá de las primeras 48 horas de vida o haber presentado episodios de obstrucción intestinal que han requerido el uso de enemas de desimpactación o pautas agresivas con laxante). Enfermedades que condicionan este tipo de estreñimiento son, por ejemplo, las enfermedades neurológicas (como la parálisis cerebral), el hipotiroidismo o la celiaquía.

6. En los niños en los que se está retirando el pañal y presenta pérdidas de orina frecuentes, pueden deberse a estreñimiento. VERDADERO 

Una de las cosas que hacen los niños a los que se les está retirando el pañal y tienen estreñimiento es presentar lo que los pediatras llamamos un «habito retentivo», es decir, aguantarse las ganas de hacer deposición aunque el cuerpo les diga que ha llegado el momento de ir al baño. Para conseguirlo, tienen que hacer fuerza con los músculos del suelo pélvico y la tripa y eso, en ocasiones, genera tensión en la vejiga provocando que se les escape el pis. Es importante tener esto en cuenta para hacer un diagnóstico acertado ya que debemos diferenciarlo de las infecciones de orina, las cuales presentan una clínica similar.

7. En los niños mayores a los que se les escapa la caca, puede deberse a estreñimiento. VERDADERO

Como en el caso anterior, el hábito retentivo de algunos niños da lugar a lo que se conoce como «encopresis». Esta entidad se caracteriza por la evacuación involuntaria de heces, ya sean éstas blandas o duras, muchas de las veces manchando la ropa interior. Esto ocurre porque ese hábito no es capaz de «sujetar» todas las heces en el recto y acaban saliendo por rebosamiento a través del ano. Es muy importante que los padres entiendan que esta entidad es un equivalente del estreñimiento y que mejorará con medidas higiénicas y, en muchos casos, con laxantes.

8. Si mi hijo está estreñido, lo mejor que puedo hacer es usar un enema para que haga caca o estimularle el ano. FALSO

Para el manejo del estreñimiento, lo más importante son las pautas en la hábito conductual, es decir, que el niño vaya al baño con frecuencia (por ejemplo sentarse en el wáter en el mismo horario todos los días) y una dieta con abundante agua, fruta y verdura. Además, debemos evitar que cuando el niño se siente en el baño al hacer caca le duela, ya que eso podría potenciar más un habito intestinal retentivo. De forma similar, cualquier tratamiento para paliar el estreñimiento que implique dolor o incomodidad, puede empeorar este hábito. Por ello, el uso de supositorios o enemas, debido a que son incómdos y desagradables para los niños, los reservaremos solo para los casos en los que exista una retención fecal excesiva con dolor, y siempre tras ser pautados por el pediatra.

9. Utilizar laxantes en los niños siempre que sea necesario no es un problema. VERDADERO

Como ya hemos dicho, una parte importante del cuidado del niño con estreñimiento incluye que vaya al baño de forma habitual sin que ésta sea una experiencia desagradable. Por ello, cuando el estreñimiento no mejora con dieta, el pediatra indicará el empleo de laxantes como primera opción. Se trata de fármacos muy efectivos que ayudan al niño a realizar deposiciones más blandas y pequeñas mejorando los síntomas asociados al estreñimiento como el dolor y “el miedo a hacer caca”. Además, son fármacos muy seguros ya que tienen poca o nada absorción intestinal (es decir toda su función la van a realizar solo en el intestino). El empleo de laxantes puede prolongarse durante meses ya que, en ocasiones, el niño tiene miedo a que le duela por lo que evita ir al baño y, consecuentemente, la deposición se hará más grande y más dura… creando un círculo vicioso que perpetúa y empeora el estreñimiento.


Como veis, hay muchos mitos y leyendas alrededor de este tema. En general serán episodios de estreñimiento funcional que se resolverán mejorando ciertos hábitos de vida. Es muy importante actuar a tiempo ya que estreñimientos de larga evolución en los niños pueden afectar a su vida y repercutir en su entorno social.

Los collares de ámbar: ni funcionan ni son seguros

De cuando en cuando vemos como a nuestra consulta acuden padres con niños pequeños preocupados por los síntomas que suelen acompañar la salida de los dientes, tales como dolor en las encías, malestar, irritabilidad, alteración del sueño, pérdida de apetito o babeo. Y aunque son síntomas menores que mejoran en pocas semanas, no dejan de ser molestos, provocando en muchos casos una búsqueda a cargo de los padres del «mejor» remedio para que sus hijos pasen ese trance lo mejor posible.

Aunque no es lo más habitual, algunos de ellos, ya sea porque lo han leído en algún sitio, se lo haya comentado una amiga o, simplemente, por la desesperación de ver a un hijo que se encuentra mal, acaban recurriendo a unos collares de ámbar muy vistosos que prometen la mejoría de todos esos síntomas que mencionábamos.

Sin embargo, que alguien diga que una cosa funciona, incluso aunque la haya probado, no quiere decir que realmente lo haga, ya que para ello debe demostrarse científicamente y no  quedarse solo en una hipótesis. Pero además, los collares de ámbar no son seguros y pueden provocar accidentes conduciendo a la asfixia y/o estrangulación del niño. Os lo explico todo en este post para que no os queden dudas.

Los collares de ámbar no son eficaces

No miento si os digo que he tenido que indagar un poco para saber en qué se basan las supuestas propiedades de los collares de ámbar para la dentición. En primer lugar, los defensores de este tipo de terapia insisten en que tiene que ser ámbar y no vale una piedra cualquiera recogida en el parque o en la playa. De hecho, el ámbar debe ser de origen báltico y no de otra localización del planeta.

Como muchos sabréis por la película Jurasic Park, el ámbar se forma cuando cristaliza la resina de los árboles. Es decir, cuando esa materia viscosa se pone muy dura. Una parte de la composición molecular del ámbar es el ácido succínico, que es justo al que se le atribuyen las propiedades curativas de los famosos collares de ámbar. A esta molécula se le presuponen propiedades antiinflamatorias, pero por mucho que he repasado los libros de farmacología de la carrera no he encontrado por ningún lado que tenga esa propiedad. De hecho, si buscas en PubMed (la biblioteca virtual más grande a nivel mundial donde se publican la inmensa mayoría de artículos médicos) las palabras «succinic acid«, te encontrarás con unas 20 entradas y en ninguna de ellas se habla de que tenga poder antiinflamatorio.

Pero vayamos un poco más allá y busquemos si existe médicamente algún fármaco que utilice este principio activo en la vida real. En la página de la Agencia Española del Medicamentos y Productos Sanitarios no existe ningún fármaco que contenga ácido succínico en su composición. Ninguno. ¿No creéis que si esta molécula realmente fuera tan maravillosa, alguna empresa farmacéutica hubiera diseñado ya algún medicamento para venderla a precio de oro? En el buscador de esta agencia sí que podemos encontrar dos moléculas con nombres parecidos (ácido dimercaptosuccínico y ácido dihidroxisuccínico). La primea de ellas se utiliza como contraste para pruebas de imagen y la segunda como laxante. No parecen tener mucha relación con el ámbar y los dientes, la verdad.

Sin embargo, los que defienden el empleo de estos collares de ámbar atribuyen al acido succínico el poder curativo del collar. Supuestamente, esta molécula se liberaría al chupar el ámbar y ejercería su acción a nivel local en las encías. Digo supuestamente porque, como he mencionado en el párrafo anterior, esta molécula realmente no tiene ningún poder antiinflamartorio demostrado. Además, habría que creerse que el hecho de chupar una piedra liberaría una molécula en cantidad suficiente como para ejercer una acción que, además, no posee.

¿Y qué dice PubMed de los collares de ámbar? Pues tampoco hay ningún estudio publicado que confirme que funcionen. Así que, si no era suficiente con tener que creernos la teoría de que una molécula que no tiene ninguna función antiinflamatoria puede ayudar con los dientes de los bebés, tampoco existe nadie que haya realizado un estudio con calidad científica como para demostrar sus efectos. En resumen, el que diga que el ámbar funciona se lo está inventando.

Me gustaría pensar que solo con estos datos ya os he convencido y que os habréis dado cuenta de que emplear collares de ámbar para los dientes de los niños no es más que un engaño. Si no es así, os animo a que sigáis leyendo ya que los collares de ámbar, además de no ser eficaces, pueden resultar muy peligrosos.

Los collares de ámbar son peligrosos

Si los argumentos sobre la eficacia de un collar que no funciona para lo que pretende no han sido suficientes, os presentaré a la artillería pesada para terminar de convenceros: los collares son peligrosos y pueden causar la muerte del niño que los lleve.

No lo he dicho antes, pero ¿sabéis lo que sí que aparece en PubMed si buscas «amber necklace»? (collar de ámbar en inglés). Pues aparecen varios artículos en los que se habla sobre la posibilidad tanto de asfixia como de estrangulamiento al utilizar uno de estos collares (link). Si esto no os ha parecido suficiente, busca en Google: existe más de una noticia en la que se cuenta la muerte de un niño por esta causa (link).

Quizá estéis pensando: «bueno, estos son solo unos pocos casos desafortunados». Pues fijaos: organismos tan importantes como la Food and Drugs Administration americana tiene publicado un documento de posicionamiento en el que alerta sobre la (falta de) seguridad de este tipo de collares (link). De forma similar, la página web EnFamilia de la Asociación Española de Pediatría, en su entrada sobre los síntomas que provocan la salida de los dientes, nos alerta también de su peligrosidad (link).

Esperamos que con lo que habéis leído haya sido suficiente y terminaros de convencer para que no uséis nunca estos collares. En el caso de que no los uséis pero conozcáis a alguien que sí que los usa, confiamos en que le hagáis ver que comete un error al utilizarlo con sus hijos. No concemos a ningún padre o madre que no quiera lo mejor para sus hijos, cosa que nos hace pensar que si alguien utiliza este tipo de collares o cualquier otro tipo de artilugio sin eficacia y potencialmente peligroso para un niño es por desconocimiento, y ahí es donde vosotros podéis jugar un papel muy importante. Si nosotros no somos capaces de llegar a esa mamá o ese papá para que deje de usar estos collares de ámbar, quizá vosotros sí que se lo podáis hacer ver desde vuestra amistad con esa persona.

Lo que realmente funciona para calmar la salida de los dientes

En todo esto de los dientes y los collares hay una cosa que sí que es cierta. Los dientes «duelen» cuando salen y, por fortuna, sí que hay remedios que ayudan a mitigar ese malestar que sienten muchos niños. Estos tratamientos sí que son recomendables además de ser seguros, así que apuntarlos para tenerlos en cuenta cuando llegue el momento:

  • Ibuprofeno y paracetamol: si las encías están inflamadas o tu hijo realmente siente dolor, podéis administrarle una dosis de estos fármacos. Pero ojo, lo de frotárselos en la encía no sirve de nada. Debe emplearse la dosis habitual que utilizáis cuando vuestros hijos tienen fiebre o les duele un oído.
  • Juguetes para morder: una de las cosas que calma los síntomas de la salida de los dientes es morder juguetes de plásticos o de goma. Existen muchos mordedores que podéis encontrar en el mercado y que son seguros, a diferencia de los collares ámbar.
  • Frío local: es otro remedio que alivia las inflamación de las encías, como cuando usas frío local en un tobillo torcido. Para ello podéis meter en el congelador toallas pequeñas húmedas o un trapillo mojado; una vez congeladas puedes ofrecérselas a mordisquear a vuestro bebé.  Los típicos juguetes pensados para congelar suelen ser muy duros para que un niño los muerda.
  • Masaje de la encía: esta acción suele aliviar mucho el dolor de los bebés, al igual que dejarles que mordisqueen vuestros nudillos o algún dedo. Recordad que debéis lavaros las manos antes de hacerlo.

Nota: Los geles o las cremas para adormecer que contienen benzocaína no son recomendadas para los bebés.


Y hasta aquí la entrada de hoy. Sé que muchos estaréis pensado eso de «pues a mí me funciona» y no estaréis dispuestos a cambiar de opinión. Solo os pedimos una cosa: pensad en la seguridad de vuestros hijos, no nos lamentemos después por algo que podríamos haber evitado. La salida de los dientes es muy molesta, todo el que ha sido padre lo sabe. Pero como decía una de nuestras maestras: los dientes cuando salen duelen, pero luego nos ayudan a comer. Así que tengamos paciencia que ya llegará el momento de preocuparnos por cosas realmente importantes.

Las primeras 48 horas de vida de un recién nacido

Hace tiempo publicamos una entrada sobre consejos antes del alta de un recién nacido en el que os contábamos aquellas cosas que creíamos que eran importantes que supierais durante las primeras semanas de vida tras el parto. Pero antes de que un bebé se vaya de alta del hospital con su madre, los pediatras y las enfermeras realizamos una serie de pruebas y exploraciones para garantizar que vuestro niño es un bebé sano. En ocasiones son actos médicos que ni pensáis que estamos haciendo y en otras son tan visibles como las pruebas del talón. Detrás de todo esos procesos están los protocolos de cada hospital pero, de forma general, se realizan los mismos procedimientos en (casi) todos los sitios independientemente donde se dé a luz desde el mismo momento del parto hasta el alta.

Este post te puede servir de guía para que conozcas de primera mano cuál es el motivo de todos los procedimientos que se realizan al recién nacido durante esas primeras 48 horas de vida. ¡¡Vamos con ello!!

Los primeros minutos de vida de un recién nacido

Tras el parto, ya sea por cesárea o por vía vaginal, el bebé debe adaptarse a una nueva forma de vivir ya que deja de estar rodeado del líquido amniótico de la madre y de utilizar la placenta para «respirar» a estar en un ambiente aéreo en el que los pulmones deben empezar a trabajar para poder oxigenar la sangre. La gran mayoría de las veces este periodo de adaptación lo realiza el recién nacido sin incidencias, aunque en un 10% de los casos requieren de alguna maniobra para que esa adaptación se realice adecuadamente, como puede ser aspirar secreciones de la boca o administrar oxigeno, lo que comúnmente se llama Reanimación Neonatal.

La mejor manera que existe para que un recién nacido realice una transición adecuada a la vida extrauterina es en «piel con piel» con la madre o, en su ausencia, con el padre. Se recomienda que el bebé permanezca en contacto con el vientre materno durante al menos una hora. Con este método se ha comprobado que los recién nacidos pierden menos calor y su transición a la vida es más adecuada.

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Otra de las cosas que se debe hacer tras un parto es «retrasar el pinzamiento» del cordón umbilical ya que con ello se consigue que los bebés aumenten sus reservas de hierro, fundamental para cuando inicien la alimentación complementaria y no sufran anemia.

Sin embargo, tanto el «piel con piel» como el «pinzamiento retrasado del cordón» deben interrumpirse si el recién nacido necesita algún tipo de ayuda (reanimación) para adaptarse a la vida extrauterina. Tras ello, y si el bebé se encuentra bien, debemos volver a ponerlo en «piel con piel» con la madre.

Durante esos primeros minutos de vida se realiza el Test de Apgar. No es un test que requiera unas pruebas específicas para ver cómo está el bebé ya que lo que se evalúa es la frecuencia cardiaca, la respiración, el color, el tono y los reflejos al minuto y a los cinco minutos de vida. Es un test que refleja cómo ha tolerado el bebé el parto y su adaptación al medio ambiente. También tiene interés porque puntuaciones bajas se han relacionado con daño cerebral durante la infancia.

Antes de abandonar el paritorio se cogen las huellas dactilares del recién nacido para poder identificarlo sin posibilidad de error, de tal forma que no exista duda de que ese bebé en concreto pertenece a su madre.

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La profilaxis hemorrágica y la pomada de los ojos

Al poco tiempo del parto, en general después del piel con piel, se llevan a cabo dos «tratamientos» que tiene como objetivo disminuir la frecuencia de dos enfermedades típicas de los recién nacidos.

Por un lado, se administra una dosis de vitamina K intramuscular al bebé, por lo que requiere de un pinchacito para ello. El objetivo de esta medida es disminuir la enfermedad hemorrágica del recién nacido. Esta enfermedad, muy rara desde que se administra la vitamina K, puede provocar sangrados en el bebé a nivel cerebral, con todas sus consecuencias. Los recién nacidos nacen con pocos factores de coagulación y esa inyección de vitamina K hace que suban, por lo que esos sangrados de los que hablamos se hacen infrecuentes.

La otra medida que se realiza de forma temprana tras el parto es la administración de una pomada antibiótica en los ojos. El objetivo de esta medida es disminuir la conjuntivitis neonatal. Los bebés al nacer, sobre todo por vía vaginal, entran en contacto con un montón de bacterias que están colonizando a la madre y que, en ocasiones, pueden dar lugar a una conjuntivitis. Gracias a esta pomada, la frecuencia de esta enfermedad es rara.

La primera toma

Una cosa que tienen que hacer los bebés tras el nacimiento es empezar a comer, aunque os parezca una obviedad.

Tanto si habéis optado por lactancia materna o por artificial, las tomas en el recién nacido deben ser a demanda. Esto quiere decir que debemos respetar la sensación de hambre del bebé y darle de comer cuando reclame.

Esa primera toma a la que nos referimos suele realizarse entre la primera hora de vida y la tercera, y desde ahí habrá que ir viendo cada cuánto quiere comer el bebé. Las primeras tomas, en el caso de que hayáis optado por lactancia materna, serán de calostro y en unos días os subirá la leche. Lo más habitual es que un niño de esta edad realice de 8 a 12 tomas al día.

¿Cuándo pesan y miden al recien nacido?

Una de las cosas que más interesan a los padres tras el nacimiento de un bebé es cuánto ha pesado y medido el crío. Es un dato importante para los pediatras ya que debemos conocer si un niño tiene el tamaño adecuado para las semanas de gestación en las que ocurrió el parto.

Como sabréis, los bebés pierden peso durante los primeros días de vida. Sin embargo, no es necesario conocer este dato nada más nacer y se suele esperar a que el bebé tenga unas pocas horas de vida, en general al ingresar en planta.

La longitud del bebé suele tomarse a la mañana siguiente de nacer ya que los bebés no crecen tan rápido como para que esta medida varíe en unas horas. Lo mismo pasa con el perímetro cefálico, otra de las medidas  que se toman tras el nacimiento.

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La primera micción y la primera deposición

El igual que nada más nacer los bebés deben empezar a respirar como un primer paso de adaptación a la vida extrauterina, tanto el niños como el intestino debe ponerse en marcha.

Por norma general, el 70% de los recién nacidos hacen si primer pis en el primer día de vida, porcentaje que asciende casi hasta el 100% en el segundo día de vida. En el caso de que la situación se prolongue, el pediatra deberá valorar si se trata de algún trastorno. A medida que se instaure la alimentación, los bebés irán orinando cada vez más hasta que se establezca una diuresis estable que se traduce en que mojan unos 6-8 pañales al día.

En ocasiones, esos primeras diuresis de los recién nacidos se acompañan de uratos amorfos, una especie de arenilla naranja que tiñe el pañal y da la sensación de que el recién nacido ha hecho pis con sangre. Esto es habitual y no constituye ninguna enfermedad.

En cuanto a la primera deposición, ésta se conoce como meconio y una vez que la has visto no se te olvida. Es muy oscura y pegajosa, casi como petróleo. El igual que la primera micción, suele realizarse en las primeras 24 horas. Posteriormente el bebé realiza alguna deposición similar para en 24-48 horas cambiar el aspecto de las deposiciones hasta convertirse en heces de aspecto grumoso y amarillento-marrón. El hábito intestinal de un recién nacido es muy variable dependiendo de muchas cosas, entre ellas, de la alimentación que reciben.

El primer baño

Los bebés nacen con una fina capa de grasa que se llama caseum que les permite mantener la piel hidratada y no perder calor durante las primeras horas de vida. Pero además, tras el nacimiento, el bebé se impregna de sangre y secreciones de la madre. No podemos considerar que el bebé esté «sucio» pero lo normal es que lo bañemos para retirar tanto las secreciones de la madre como esa grasilla.

Lo habitual es esperar a las 18-24 horas de vida que es cuando el bebé suele haber conseguido una temperatura estable y ya no necesita ese caseum al que nos referíamos.

Tras ello, podéis ponerle la ropa que queráis, pero si nos permitís un consejo, con un body y unas calzas suele ser suficiente, y si se abrochan por delante con corchetes mejor que mejor.

Los siguientes baños dependerán de la preferencia de los padres y de si el bebé está sucio no, os lo explicamos aquí.

Las revisiones del pediatra

Una de las acciones más importantes que realizamos los pediatras mientras están los niños en el hospital es asegurar que la historia del embarazo y el parto es normal y que la exploración del recién nacido no revela ningún dato patológico, es decir, comprobar que todo está en orden.

La primera exploración del bebé se suele realizar al día siguiente de nacer y es una exploración completa, en la que desvestimos al niño por completo y lo miramos de arriba abajo. En general, salvo que se haya detectado algo patológico, los bebés se vuelven a explorar el día que se van a casa.

En el caso de que el pediatra haya detectado alguna anomalía en la historia o en la exploración, se empezarán a dar los primeros pasos para realizar un diagnóstico y poner un tratamiento en caso necesario.

El peso día a día y la ictericia

Una de las cosas que se debe hacer durante las primeras 48 horas de vida del bebé es vigilar que no pierda mucho peso antes del alta. Se considera normal una pérdida de peso máxima del 10% respecto al nacimiento. En general, los bebés que no han superado el 7% a las 48 horas de vida, no suelen superar ese 10% al que nos referimos. Medir el peso a diario durante esas primeras 48 horas es importante para poder indicar a los padres si su hijo necesita algún control de peso en los siguientes días o puede esperar a la primera revisión del pediatra.

Algo parecido pasa con la ictericia, esa coloración amarillenta de la piel que suelen tener los recién nacidos por aumento de la bilirubina. Es normal hasta un límite y por eso el pediatra debe evaluar la coloración del bebé antes del alta por si fuera necesario medir la bilirubina en sangre y comprobar si está más alta de lo habitual y precisa tratamiento (fototerapia).

La prueba de los oídos y la prueba del talón

Estos dos test de screening tienen como objetivo detectar enfermedades que pueden ser graves pero que si se diagnostican a tiempo, el tratamiento hace que la evolución de la enfermedad sea más benigna.

En el caso de los oídos, la prueba que se realiza se llama potenciales evocados y sirve para comprobar si el bebé oye, o mejor dicho, si el cerebro del niño es capaz de detectar sonidos. Si el bebé pasa la prueba, podremos decir con bastante seguridad que no es un niño sordo. En general esta prueba se realiza entre las 24 y 48 horas de vida.

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La prueba del talón sirve para descartar una serie de enfermedades raras en las que si se establece un tratamiento precoz, la evolución de las mismas es mucho más benigna. Esta prueba se realiza a las 48 horas de vida y el resultado lo reciben los padres por correo.

El cribado de cardiopatías

La gran mayoría de los embarazos de nuestro entorno están controlados por ginecólogos expertos que son capaces de diagnosticar una amplia gama de malformaciones en el feto. Una de las cosa que se mira con más esmero es el corazón, debido a las implicaciones que puede tener tras el nacimiento. Y aunque la mayoría de esas malformaciones se pueden detectar antes del parto, algunas se escapan o son muy difíciles de observar en una ecografía ginecológica.

Desde hace ya unos años, la Sociedad Española de Neonatología recomienda realizar el cribado de cardiopatía a todos los recién nacidos. Esta es una prueba muy sencilla que consiste en medir el oxigeno mediante pulsioximetria en los brazos y en las piernas del bebé, ya que hay algunas cardiopatías que provocan una diferencia de medidas entre ambas medidas. Si esta prueba no se pasa de forma adecuada se requiere la evaluación por un cardiólogo infantil.

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Y creo que no se nos escapa nada. Como habréis podido comprobar, los pediatras y el personal del hospital «poco» hacemos más allá de observar que todo está bien y que vuestro bebé está sano. Como solemos decir a los padres que se van de alta, los que realmente han hecho algo han sido ellos y solo han necesitado un poco de consejo por nuestra parte. Así que no tengáis miedo a la hora del alta porque seguro que lo vais a hacer genial!!

Si conoces a alguien que vaya a dar a luz próximamente, no dudes en compartir con ella este post para que pueda tomarse con calma esas primeras horas de vida del recién nacido.

¿Es necesaria la «leche de crecimiento» o leche Tipo 3?

Hay un mantra que os hemos repetido en más de una ocasión desde que abrimos este blog que viene a decir algo así: «los niños están preparados para tomar leche de vaca entera a partir de los 12 meses». Esto es así porque el tubo digestivo de los niños a esa edad es capaz de digerir y asimilar la carga proteica de este alimento. De hecho, como ya os contamos en otro post, ya desde los 9-10 meses de edad los niños son capaces de digerir pequeñas cantidades de leche de vaca entera (entorno al 30% del total del día, más o menos lo que vendría siendo un yogur).

Sin embargo, muchos habréis visto en el supermercado una leche «especial» que suele llevar en su nombre la coletilla «de crecimiento» y/o el número 3, y habréis pensado que quizá es la leche adecuada para dar a vuestros hijos tras cumplir su primer año de vida. ¿Pues sabéis qué? Nada más lejos de la realidad. Y aunque estas leches de fórmula están diseñadas para niños mayores de un año de vida, no quiere decir que sean necesarias. A ver si conseguimos explicarlo bien para que no caigáis en la tentación de comprarlas en el supermercado… Así que, empecemos por el principio.

¿Qué son las leches/fórmulas de crecimiento?

Según la Sociedad Europea de Gastroenterología, Hepatología y Nutrición Pediátrica (ESPGHAN), las «fórmulas de crecimiento» o «leches de crecimiento» son leches diseñadas para los niños de uno a tres años. Hablamos de leche diseñada ya que ha sido modificada desde la leche de vaca original para dar lugar a un producto que intenta cubrir las necesidades de nutrientes de estos niños.

Esta misma sociedad cree que el nombre de estas fórmulas debería cambiarse ya que al incluir la palabra «crecimiento» en su designación crea la falsa impresión en los padres de que son necesarias para un adecuado desarrollo de los niños. El nombre propuesto seria «Fórmulas para chicos jóvenes», del inglés Young Child Formula.

Este tipo de leches existen en el mercado desde hace más de dos décadas y en España podemos encontrar más de 30 productos comerciales que encajarían en esta categoría.

¿En qué varía su composición de la leche de vaca?

A diferencia de las leches de fórmula de inicio (para menores de 6 meses) o de continuación (de 6 a 12 meses) en las que su composición debe ajustarse a unas proporciones de hidratos de carbono, proteínas, lípidos y demás nutrientes, por ley no existe una recomendación oficial de cómo deberían ser estas leches de «crecimiento», por lo que cada marca hace un poco lo que le apetece o cree que es mejor. Esto se debe a que el consumo de alimentos pasados los 12 meses varía ostensiblemente de unos niños a otros y por tanto habría que «diseñar» una leche diferente para cada niño dependiendo de la alimentación que recibe. Esto difiere de los niños menores de 12 meses en los que la leche es el alimento principal. Pero analicemos punto por punto la composición de esas leches para ver las diferencias con la leche de vaca entera.

Las leches de crecimiento aportan más o menos la misma energía que la leche de vaca, es decir, las calorías que aportan por cada 100 mL es similar entre ellas. Por el contrario, la cantidad de proteínas que contienen varía enormemente de unas marcas a otras y, en general, la cantidad que aportan es menor (en torno a la mitad) que la contenida en la leche de vaca. Otra de las grandes diferencias de las leches de crecimiento es que contienen gran cantidad de azúcares respecto a la leche de vaca, en algunas de ellas casi el doble, lo que las convierte en una fuente extra de azúcares añadidos. Como sabéis, este tipo de azúcares añadidos no son nada saludables y su consumo excesivo de forma regular puede condicionar obesidad y diabetes en la etapa adulta.

En cuanto a las sales minerales, su composición no es muy diferente respecto a la leche de vaca, mientras que sí que podemos encontrar mayor cantidad de elementos traza (hierro, cobre, zinc, magnesio…) así como de vitaminas (casi todas ellas), es decir están «enriquecidas».

¿Y qué nos dice la ciencia de la posible utilidad de estas leches?

El posible beneficio de este tipo de leches lo podríamos encontrar en el suministro de algunos nutrientes que a menudo faltan en la dieta de los niños europeos a estas edades. Estos son básicamente tres: el hierro, la vitamina D y los ácidos grasos poliinsaturados, como el omega 3, los cuales se encuentran en escasa cantidad en la leche de vaca.

Para comprobar si estas leches de crecimiento son realmente útiles para suplir ese posible déficit de nutrientes, debemos evaluar si los estudios clínicos realizados con ellas demuestran con suficiente evidencia que consiguen corregir estos déficits como para recomendarlas de forma habitual. Por desgracia, existen pocos estudios de calidad que hayan evaluado los posibles beneficios de estas leches por lo que hacer un recomendación para que se utilicen de manera rutinaria no es posible.

Respecto a la vitamina D, los pocos estudios que existen han encontrado que el consumo regular de las leches de crecimiento aumenta las concentraciones de esta vitamina en sangre respecto a los que solo toman leche de vaca «sin fortificar». Sin embargo, este aumento en los niveles de vitamina D también lo podemos encontrar en niños que consumen leche entera de vaca fortificada exclusivamente con vitamina D, por lo que recurrir a las leches de crecimiento no sería la solución.

En cuanto al hierro, algún estudio ha demostrado que las fórmulas de crecimiento aumentan las reservas de hierro del cuerpo respecto a la leche de vaca, aunque la traducción clínica de esto es incierta, es decir, no tiene por qué tener ningún beneficio real más allá del dato de laboratorio.

También hay que ser justos y decir que no existe ningún estudio que haya demostrado que este tipo de leches sea malo para la salud. Sin embargo, de manera teórica, su alto contenido en azúcares no sería nada beneficioso para el niño y podría condicionar enfermedades en la edad adulta. Además, estas leches son muy caras respecto a la leche de vaca normal, lo que puede suponer un alto coste para las familias de los niños que deciden utilizarla sin realmente obtener ningún beneficio.

En conclusión, ¿qué debería hacer?

Teniendo en cuenta todo lo anterior, el consumo de leches de crecimiento no supone una ventaja real respecto al consumo de leche de vaca entera. Las mal llamadas leches de crecimiento podrían ser útiles como parte de una estrategia dirigida en un niño concreto para aumentar su consumo de vitamina D, hierro y ácidos omega 3 y siempre supervisadas por un pediatra que las utiliza como parte de una dieta diseñada para ello.

Los que sí que es importante que entendáis es que la mayoría de esos déficits a los que nos hemos referido en niños europeos se deben a dietas selectivas y poco nutritivas. Deficiencias que se podrían compensar con dietas saludables y variadas, o en el peor de los casos, con leche entera de vaca normal fortificada exclusivamente con hierro y vitamina D sin tener que recurrir a una leche de crecimiento.

Así que ya sabéis, antes de lanzaros a comprar este tipo de leches y seguir las recomendaciones de la publicidad que nos inundan por todos lados, consultad con vuestro pediatra si vuestro hijo necesita este tipo de leche, pero ya os digo que lo más normal es que no sea así. Lo normal es que vuestro hijo sea un niño sano que no requiera ningún tipo de leche especial.


Seguro que muchos de vosotros estáis pensando que por qué solo hablamos de leche de vaca cuando hay opciones de otros orígenes en el mercado, tanto animal como vegetal. Es verdad que existen leches de cabra y oveja, pero son más difíciles de encontrar pero nos servirían igual para mayores de 12 meses de edad. Respecto a las mal llamadas «leches vegetales» (soja, almendras…) hemos preferido dejar para más adelante un post entero hablando de ellas y de la conveniencia de utilizarlas o no en niños.


Las recomendaciones que has podido leer en este post están extraídas del documento de posicionamiento de la ESPGHAN sobre Young Child Formula (Link, está en ingles).

Los derechos de imagen de la foto de cabecera de este post pertenecen a Jim Champion bajo una licencia CC BY-SA 2.0.

¿Para qué sirven los percentiles?

Cuando tienes un hijo pequeño y vas a la revisión del pediatra, después de medirlo y pesarlo, éste siempre te salta con frases como: «va muy bien de percentiles» o «se nos esta quedando pequeño, ha bajado de percentil». Pero, ¿sabéis los padres realmente para qué sirven los percentiles?, ¿sabéis realmente interpretarlos? Cuando empezamos con este blog, una de las cosas que me prometí fue no escribir nunca sobre los percentiles. Yo siempre los he considerado una herramienta más para valorar a un niño, como el otoscopio y el fonendo, y que yo sepa, de momento, somos nosotros los que usamos estas herramientas y no los padres.

Sin embargo, una gran mayoría de pediatras acaban comentando a los padres el percentil de peso y talla en el que se encuentran sus hijos y, en muchas ocasiones, le he tenido que explicar a familiares y amigos que un percentil 10 de peso, aunque sea «bajo», no tiene por qué ser malo o que un percentil 97 no significa que el niño esté «gordo». Además, parece que a muchos padres les gusta presumir del percentil de sus hijos como si fuera una competición entre progenitores orgullos por ver quién está en el «mejor percentil», cuando tal cosa no tiene ni pies ni cabeza.

Con esta entrada intentaremos explicaros de forma sencilla qué es un percentil y para qué sirve, pero recordad, es el pediatra el que debe hacer una interpretación de los mismos junto con la historia clínica del niño y su exploración física completa para valorar si esos percentiles son los adecuados para ese niño concreto o están alterados.

¿Qué es un percentil?

En pediatría existen un montón de parámetros que podemos medir como son el peso y la talla de un niño, pero también otros tantos como el coeficiente intelectual, el azúcar en sangre o la tensión arterial. El valor de estas medidas carece de sentido si no lo comparamos con el del resto de los niños de sus edad para poder decir si el valor concreto que hemos obtenido es alto, medio o bajo. En este sentido, los percentiles son una herramienta fundamental para valorar el crecimiento de un niño.

Los percentiles no son más que una medida estadística relativa que pone en relación la medición concreta en un niño, como podrían ser el peso o la talla, con las medidas de esa misma variable en el resto de la población con la misma edad y sexo. Siendo más exactos, el percentil indica qué porcentaje de mediciones son iguales o menores que el valor concreto que hemos obtenido.

Con un par de ejemplos se entiende más fácil. Si un niño es un percentil 80 de talla significa que el 80% de niños de su edad mide lo mismo que él o menos. Si una niña es un percentil 30 de peso significaría que el 30% de niñas de su edad pesa lo misma que ella o menos.

¿Qué importancia tienen los percentiles?

De manera muy resumida, los percentiles nos sirven para dos cosas.

Por un lado para comparar el peso y la talla de un niño con el resto de niños de su edad en un momento concreto. De esta forma podríamos decir «este niño está en la media de peso para su edad» o «es de los que más pesa de su clase», o también «es de los más altos de su clase» o «de los más bajitos», dependiendo de si su percentil de peso o talla es alto o bajo.

En este sentido, esa comparación con otros niños de forma aislada en un momento dado no tiene mucho valor ya que lo importante es conocer cómo crece y se desarrolla un niño a lo largo del tiempo. Por fortuna, los percentiles también nos informan del crecimiento de un niño a lo largo de la infancia, de tal forma que podemos evaluar como ha ido creciendo con el paso de los meses o los años y evaluar si lo hace siempre por la misma curva de percentil o cambia a mediad que pasa el tiempo.

La relación de los perecentiles de peso y talla

Otro aspecto muy importante a tener en cuenta de los percentiles es que no deben valorarse de manera aislada, ya que lo importante es la relación entre ellos mismos.

En general, los pediatras primero valoramos el percentil de talla de un niño para decidir si es de los más altos de su edad o de los más bajitos para luego evaluar el percentil de peso en relación al de la talla y decidir si el peso que tiene el niño está acorde con su talla.

Como os podéis imaginar, un niño en percentil 90 de talla y percentil 90 de peso no es un niño «gordo», en todo caso sería un niño alto con un peso adecuado a su altura, lo que vendría siendo «grande», pero nunca gordo. De la misma forma, un niño en el percentil 10 de talla y percentil 10 de peso no es un niño «delgado», seria un niño de poca estatura con un peso acorde a la misma. Por el contrario, un niño con un percentil 10 de talla y percentil 97 de peso, sería un niño bajito con un peso muy por encima de lo que le corresponde a su altura. ¿Entendéis esa relación que os estoy comentando?

El aspecto evolutivo de los percentiles

Además de esta relación entre los percentiles en un momento concreto,  otro aspecto fundamental que interesa al pediatra es si los percentiles se han modificado con el paso del tiempo.

Por ejemplo, un niño que desde el nacimiento es un percentil 10 de peso y talla y siempre crece por el mismo percentil, no debería preocuparnos por ser «pequeño», ya que si siempre ha crecido en esos percentiles será porque le ha tocado ser así por mucho que parezca bajito y delgado respecto a los niños de su edad. Por el contrario, un niño que siempre crecía en el percentil 50 de peso y talla y con el paso de los meses pasa a ser un percentil 10 de peso significa que ha dejado de coger peso como venía haciendo habitualmente. En este último caso, el pediatra deberá estar ojo avizor para avaluar si ha sido algo transitorio o puede deberse a una enfermedad.

Lo que está claro es que a todos los padres y madres de este mundo nos gustaría tener los hijos más guapos, fuertes y sanos y en este sentido los percentiles puden reflejar que nuestro hijo está creciendo de forma adecuada. Sin embargo, y como os he explicando a lo largo de este post, tener un percentil alto o bajo no quiere decir que vuestro hijo esté más o menos sano.

¿Deberían conocer los padres los percentiles de sus hijo?

Y llegamos al quid de la cuestión. Esta es una pregunta que me hago desde hace tiempo y cada vez estoy más convencida de que la respuesta es que no. En mi opinión, a unos padres que acuden a consulta para ver como está creciendo su hijo les debería bastar con una explicación simple como «está bien y está creciendo como lo hace habitualmente» o «ha adelgazado mucho desde la última visita y me gustaría verlo en unas semanas», más allá del valor concreto del percentil o la gráfica de los mismo.

Por ello creo que los padres no deberían conocer el percentil de los niños sin una buena explicación por parte del pediatra que pueda llevar a errores de interpretación y, por tanto, a preocupaciones sin motivo. Quizá poco a poco podamos ir desterrando esa práctica tan habitual de dar en un papel el peso y la talla de los niño con el percetil al lado en cada visita como si fuera el permiso de circulación del coche o la ITV.

Consejos antes del alta de un recién nacido

Tras el nacimiento de un bebé y su estancia durante unos días en el hospital con la madre, llega el momento de que ambos se vayan a casa. Si una cosa he aprendido como madre y pediatra es la gran cantidad de dudas y preguntas que surgen en ese momento antes de abandonar el hospital. Es verdad que los padres primerizos suelen tener más dudas que los que ya han tenido otros hijos, pero siempre hay alguna preguntita que les ronda por la cabeza antes del alta.

En este post he intentado agrupar las respuestas a todas esas preguntas que, aunque parezcan dudas banales, los padres las suelen vivir como algo importante, y no es para menos. Espero que este texto te sirva para que el aterrizaje en vuestro domicilio con vuestro recién nacido sea calmado y podáis afrontar esa nueva etapa de la vida desde la seguridad de saber que lo estáis haciendo bien.

Planificar las siguientes visitas al pediatra

Un recién nacido sano suele irse de alta del hospital a la vez que su madre, por norma general a las 48 o 72 horas de vida. El alta suele coincidir con el alta de la madre por parte del servicio de Ginecología.

Por norma general, las siguientes visitas al pediatra, en caso de que vuestro hijo sea un niño sano, son siempre las mismas.

La primera visita suele realizarse con la enfermera del Centro de Salud en torno a la semana de vida. Esta primera visita sirve para asegurar que todo está en orden, pesar al recién nacido y comprobar que ha empezado a coger peso así como valorar el color de la piel para comprobar si el bebé se ha puesto ictérico (coloración amarilla por un aumento de la bilirubina). Además, en esta primera visita con la enfermera, se resuelven dudas sobre la alimentación del recién nacido que hayan podido surgir o cualquier otro aspecto. En el caso de que esté todo en orden, la enfermera os emplazará para la siguiente visita, ya con el pediatra. En el caso de que se detecte alguna alteración, la enfermera suele avisar al pediatra para que valore en ese momento al niño.

La primera visita con el pediatra, que será la segunda visita al Centro de Salud en el caso de un niño sano, se realiza hacia los 15 días de vida. En esta primera visita con el pediatra se realiza una exploración completa del bebé para evaluar si hay alguna alteración o si todo está en orden. Además, se da información a los padres sobre qué cosas deben hacer a continuación, como cuándo empezar con la vitamina D (como ya os explicamos en este otro post (link) debe mantenerse durante el primer año de vida) o las vacunas que recibirá el niño próximamente. También se programarán las siguientes visitas del «niño sano», como las llamamos nosotros.

Es totalmente recomendable que en estas dos visitas hagáis todas las preguntas que creáis oportunas para que no os vayáis con dudas a casa.

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La alimentación del recién nacido

Esta es una de las partes fundamentales del alta del hospital. Los pediatras debemos ofrecer la información necesaria para que seáis capaces de alimentar en casa a vuestros hijos de forma adecuada.

En el caso de las madres que opten por la lactancia materna debemos recalcar que ésta es «a demanda» y cómo con el paso de los días la madre irá produciendo cada vez más leche para cubrir las necesidades del bebé. Te recomiendo que entres en nuestra sección Consejos sobre Lactancia Materna (link) en donde tenemos varias entradas que te pueden ayudar en caso de haber optado por esta forma de alimentación para tu hijo.

En el caso de que la decisión haya sido por la lactancia artificial, los pediatras debemos resolver las dudas sobre cómo se prepara un biberón y qué cantidad debéis ofrecer según la edad y peso de vuestros hijos. Si éste ha sido el caso, puedes leer más en esta otra entrada de nuestro blog (link).

Como os decía, la alimentación de un recién nacido es fundamental por lo que es muy importante que preguntéis al pediatra antes del alta todas las dudas que tengáis.

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El cuidado del cordón umbilical

Este punto suele ser uno de los que más ansiedad genera a los padres. Dudan si lo harán bien o si serán capaces de limpiar el cordón hasta su caída de forma adecuada.

Recordad que las recomendaciones actuales son la limpieza diaria del cordón con agua y jabón y mantenerlo seco y al aire el resto del día. Si os interesa saber más podéis consultar esta entrada del blog (link). Os dejo aquí abajo un video explicativo para que no os queden dudas.

El aseo del recién nacido

Ésta es otra de las grandes dudas de los padres antes del alta. En general, el primer baño de un recién nacido se realiza a las 24 horas de vida. Posteriormente, la frecuencia del baño dependerá de las preferencias de los padres y de cómo de sucio se encuentre el bebé cada día.

Podéis optar por un baño diario o hacerlo cada más días. No hay ningún inconveniente en ninguno de los dos casos. Tampoco pasa nada por que el cordón umbilical se sumerja, de hecho, como hemos dicho, hay que lavarlo con agua y jabón. Eso sí, después del baño hay que secarlo bien para que no esté húmedo.

Respecto al aseo de un recién nacido, no necesitan cremas especiales, incluso no es necesario ponérselas todos los días. Dependerá de la piel de cada niño y de sus propias necesidades. Si optas por ponerle crema a tu bebé, elige siempre aquellas que no contengan irritantes.

Por últimos, es recomendable que esperéis unas semanas antes de cortar las uñas por primera vez ya que si lo hacéis muy pronto corréis el peligro de recortar algo de piel  además de la uña. La consecuencia de esto sería una herida, con el consecuente riesgo de que se infecte.

Si queres saber más sobre el aseo de un recién nacido, consulta este link.

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Elige ropa cómoda para el bebé

Hasta que no tienes que cuidar a un niño 24 horas al día/7 días a la semana, no te das cuanta de lo engorroso que puede ser tener que vestir y desvestir a un recién nacido. Son niños que no colaboran en ese proceso y, vete tu a saber por qué, son capaces de sacar la pierna que ya habías metido en unas mallas mientras metes la contraria o revolverse cual cocodrilo cuando lo capturan.

Ten en cuenta que, durante los primeros meses de vida de un niño, se le cambian unos 5-6 pañales al día por lo que la ropa que han de llevar debe ser lo más cómoda posible, tanto para ellos como para que te sea más fácil cambiarlos.

Vale. Si quieres ponerle esa primera puesta para salir del hospital o hacer unas fotos bonitas no hay problema, pero en casa procura que estén con ropa cómoda que te sea fácil de poner o quitar. En general estas prendas suelen ser un body y unas calzas. Ah!! y mucho mejor con corchetes y que se abrochen delante.

También, en referencia a la ropa, los niños crecen muy rápido durante los primeros meses de vida por lo que es mejor comprar un talla que le quede algo grande (y por tanto le dure unos meses) que justo la que en ese mismo momento le queda perfecta y no le durará mas de unos días o, a lo sumo, unas semanas.

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Paseos por la calle

Un niño recién nacido puede salir a la calle. No hace falta tenerlo en cuarentena en casa hasta que se haga mayor. Eso sí, elige las horas centrales del día si es invierno o a primera o última hora en caso del verano. La ropa que debéis poner al niño para estos paseos debe ser la adecuada a la estación en la que os encontréis, más abrigado en invierno y menos en verano.

Recordad que al recién nacido no le debe dar el sol directo, aunque sí es adecuado que reciba algo de luminosidad.

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Recuerda, los niños menores de un año deben dormir BOCA ARRIBA

Ésta medida es un factor protector para la muerte súbita del lactante. Se recomienda que los niños mantengan esta postura hasta el año de vida. Y al decir boca arriba me refiero a boca arriba, por lo que no vale tampoco ponerlos de medio lado. Además, se recomienda que los niños menores de un año duerman en la misma habitación que sus padres con el mismo objetivo.

Recordad también que la cuna debe estar libre de objetos y el colchón ser firme. Podéis leer más sobre la muerte súbita del lactante en esta entrada (link).

Aprende a descansar

Con la llegada de un nuevo bebé, las rutinas de la casa cambian. Da igual que seas primeriza o que éste sea tu segundo o tercer hijo, la verdad es que un recién nacido exige un esfuerzo físico y mental que, en la gran mayoría de los casos, no nos imaginamos.

Por eso digo que hay que aprender a descansar. Intenta aprovechar los ratos del día en los que el bebé se está echando una siesta para dormir un rato y, en la medida de lo posible, delega parte del cuidado del niño en tu pareja o en un familiar cercano.

Recuerdo con nuestro primer hijo cómo después de darle el pecho, el padre del niño se iba a pasear con él a la calle y volvían pasadas un par de horas… El bebé ni se había inmutado con el traqueteo del carro y yo había podido descansar y cargar un poco las pilas. Es importante que busques esos momentos para ti, para que no caigas en un círculo vicioso en el que parezca que solo estás para atender al bebé y que acaba agotando a cualquiera. La p/maternidad es una cosa de dos: del bebé y de quién lo cuida, y ambos deben estar descansados para poder disfrutar de esta experiencia.

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Visitas al bebé

Esto hay que tenerlo muy claro: los únicos beneficiados de una vista al bebé son las personas que vienen a visitarlo. El bebé no necesita visitas.

Dicho esto, no quiere decir que al bebé no se le pueda ir a visitar, sino que las visitas deben estar planificadas y contar con el visto bueno de los padres. Como ya te he dicho, cuidar a un bebé exige tiempo y dedicación, y si tienes que decir a alguien «mejor ven en otro momento»,  no te cortes. Es mejor eso que tener que recibir a una visita que no te apetece nada.

Si quieres saber más sobre el tema puedes leer esta entrada de nuestro blog (link).


Espero que este post te haya ayudado a perder el miedo de la llegada del recién nacido a casa. La incertidumbre de qué pasará la hemos vivido todos los que somos padres pero con el tiempo se va diluyendo. Como último consejo, no os vayáis del hospital con dudas, preguntad todo aquello que no tengáis claro y que queréis que os expliquen, que los pediatras estamos justo para ello.