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¿Cómo puedo saber si a mi hijo le cuesta respirar?

niño médico

Fuente: GTRES

Las infecciones respiratorias son uno de los motivos más frecuentes de consulta en pediatría. Cada día los centros de salud se llenan de niños que presentan tos y mucosidad, ya sea por un catarro, una laringitis, una bronquitis o una neumonía. Tras una exploración física adecuada, los pediatras somos capaces de establecer un diagnóstico y plantear qué tratamiento necesita cada niño. La gran mayoría de los casos evolucionarán de forma adecuada resolviéndose en unos pocos días.

Sin embargo, durante estos procesos uno de los signos de alarma que debéis vigilar es la dificultad respiratoria, ya que aparece cuando los mecanismos que pone el cuerpo humano en marcha para sobrellevar una enfermedad respiratoria no son suficientes. Por ello, es muy importante que los padres aprendáis a reconocer cuándo a vuestros hijos les cuesta respirar para que solicitéis atención médica en ese momento.

En este post os enseñamos qué debéis vigilar para apreciar la dificultad respiratoria de un niño.

La velocidad a la que respira un niño

La dinámica respiratoria de un niño y un adulto es muy diferente. Mientras una persona mayor respira en reposo unas 12 veces por minuto, un recién nacido puede hacerlo hasta 45 veces. A medida que crece, la frecuencia respiratoria disminuye hasta asemejarse en la adolescencia a la de los adultos. A lo largo del día puede variar en función de los esfuerzos que hagamos ya que, cuando el cuerpo necesita más oxígeno, la respiración se acelera para cubrir esa demanda, volviendo a la normalidad al volver al reposo.

Por otro lado, cuando al aire le cuesta entrar a los pulmones (por ejemplo por una bronquitis) o hay alguna zona pulmonar afectada por una infección (como en una neumonía), lo que hace el cuerpo para compensar la dificultad para hacer llegar el oxígeno a la sangre es respirando más deprisa. Por ello, el aumento de frecuencia respiratoria se considera un signo precoz de dificultad respiratoria en la infancia.

A pesar de ello, no es necesario que los padres cuenten con un reloj cuántas veces respiran sus hijos cada minuto si sufren alguna enfermedad respiratoria. Basta con que os deis cuenta de que respiran más deprisa de lo que lo hacen habitualmente para apreciar que la dificultad respiratoria ha hecho acto de presencia. En ocasiones esta situación la describís como que el niño jadea o presenta fatiga a pesar de estar en reposo o no haber realizado esfuerzo.

También es importante que sepáis que cuando un niño tiene fiebre, por cada grado de temperatura “extra” respira diez veces más por minuto. De esta forma, un niño de uno o dos años cuya frecuencia respiratoria en reposo es de 20-25 por minuto, si tiene 39ºC es normal que pase a respirar unas 40-50 veces por minuto. Tras ceder la fiebre, la frecuencia respiratoria volverá a su estado habitual, lo que os permite diferenciar cuando un niño respira más deprisa porque le cuesta respirar o es simplemente por la fiebre. Este pequeño detalle es muy importante ya que la fiebre es otro de los síntomas frecuentes en el caso de una infección respiratoria.

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El “tiraje”

Hasta ahora sabemos que cuando al aire le cuesta entrar a los pulmones, lo que hace el cuerpo de un niño para compensarlo es respirar más deprisa. Pero ¿qué pasa si no es suficiente?

La respiración normal se realiza gracias a la contracción del diafragma, ese músculo invisible a simple vista que está situado debajo de los pulmones. Cuando se contrae genera un cambio de presión dentro de la caja torácica que hace que el aire fluya hacia los pulmones y cuando se relaja que salga. Como os podéis imaginar, ante una enfermedad respiratoria que impide la correcta llegada del aire a los pulmones, el diafragma se contrae más fuerte en un intento de meter más aire, lo que normalmente va acompañado de un aumento de frecuencia respiratoria que vimos en el apartado anterior. Cuando ese esfuerzo adicional no es suficiente se ponen en marcha otros músculos para sobrellevar lo que el diafragma ya no es capaz de hacer.

Básicamente son tres grupos musculares: los musculosos del abdomen, los que existen entre las costillas y los del cuello. Estos músculos no se utilizan habitualmente para respirar, aunque sí que lo hacen cuando existe dificultad respiratoria. Con su contracción “tiran” de la caja torácica para meter más aire, motivo por el que cuando esta situación aparece decimos que el niño tiene “tiraje”, aunque también podemos decir algo más técnico como distrés respiratorio.

Esa contracción extraordinaria de estos grupos musculares es visible a simple vista por lo que no os debería resultar difícil identificar a qué niño le cuesta respirar si es que presenta tiraje. Con unos videos lo entenderéis mejor.

En este de aquí abajo podéis ver a un lactante con Bronquiolitis en la que se aprecia como al bebé le cuesta respirar y utiliza los músculos de la tripa:

En este otro de aquí abajo se observa a un niño pequeño que esta utilizando las costillas para respirar; como se puede ver las costillas se marcan en cada respiración.

En este último, aunque corresponde a un adulto, se aprecia muy bien como los músculos del cuello se contraen, dando la sensación de que «el cuello se hunde», uno de los signos habituales de dificultad respiratoria. Este tipo de tiraje es difícil de apreciar en niños pequeños porque tienen el cuello muy corto.

Los ruidos al respirar

Por último, cuando el camino hacia los pulmones se estrecha mucho, el aire en su recorrido puede sufrir alguna turbulencia que podemos identificar con ruidos al respirar. De esta forma, puede aparecer estridor en el caso de las laringitis o pitos/sibilancias en el caso de las bronquitis. Incluso también es frecuente en el caso de que un niño tenga muchos mocos en la nariz. Lo habitual es escuchar estos ruidos solo con el fonendo, pero cuando a un niño le cuesta respirar de forma llamativa se pueden oír sin ningún tipo de aparato médico.

Estos ruidos no aparecen de forma aislada ya que acompañan a los otros signos de dificultad respiratoria (el tiraje y el aumento de la frecuencia respiratoria). Además, a la los médicos nos ayudan a localizar en qué lugar de la vía aérea está la estrechez para realizar un diagnóstico más preciso y así establecer un diagnóstico.

El caso es que observéis que vuestros hijos hacen ruido en reposo al respirar y este no parece que se deba a los mocos que tiene en la nariz (esos ruidos mejorarían al hacer un lavado nasal), debéis consultar con un médico.

¿Y la saturación de oxígeno?

Es cierto que cuando a un niño le cuesta respirar, el oxigeno en sangre le puede disminuir. Para detectarlo podemos utilizar un pulsioxímetro, el cual nos informa de forma indirecta de la cantidad de oxígeno que circula por la sangre.

Sin embargo, ese dato debe valorarse en conjunto con los demás signos de dificultad respiratoria que os hemos contado. De hecho, un niño puede tener el oxígeno en cantidades perfectas en sangre sin que esto sea una garantía de que no le cueste respirar.

Por todo ello, nos creemos que los padres debáis tener en casa uno de estos aparatos y, en todo caso, no deben suplantar nunca a la valoración clínica de la dificultad respiratoria (frecuencia respiratoria, tiraje y ruidos al respirar).


En resumen, la observación de cómo respira un niño es fundamental para establecer si presenta dificultad respiratoria o no. Los padres deben aprender cuáles son estos signos para que puedan tomar la decisión de cuándo acudir al pediatra.

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Hola Mamá: tengo fiebre.

Mamá y niña

Fuente: Pixabay

Querida Mamá (o Papá o quién me cuide ahora que me he puesto mala): Creo que ya te has dado cuenta de que tengo fiebre. Y lo creo porque he visto como me has puesto el termómetro de forma compulsiva unas 20 veces desde ayer. Todo empezó por la tarde, como quien no quiere la cosa. Me notaste un poco más apagada de lo normal, no quería hacer puzzles y solo te pedía que me cogieras en brazos, y al ponerme la mano en la frente dijiste “Ya estamos; es ir una semana al colegio y ponerte mala”. La verdad es que creo que no tengo la culpa. Nuestra pediatra siempre dice que los niños que van al colegio o a la escuela se ponen habitualmente enfermos, al menos durante los primeros años, aunque la mayoría de las veces son procesos infecciosos sin importancia. Al fin y al cabo, es la primera vez que me enfrento a los virus esos que tanto odias y todavía no he aprendido a defenderme de ellos sin que me produzcan fiebre, tos, mocos o cualquier otro síntoma que se te pase por la cabeza. Hay que reconocer que son un rollo, ya que hacen que me pase varios días seguidos decaída con pocas ganas de comer y de no hacer nada. Vamos que, como dice el abuelito, me convierto en un trapillo. Sin embargo, yo estoy tranquila. No es la primera vez (ni la última) y se que antes o después todo volverá a la normalidad. Y si no es así, ya habrá tiempo de que me lleves al médico para que me eche un vistazo y, de paso, me regale una pegatina. El motivo de esta carta es para intentar que lleguemos a un acuerdo. Yo sé que me cuidas con todo tu amor pero hay cosas que haces que no son necesarias, quizás en un intento de protegerme y no dejar ningún cabo suelto. Sí, tengo fiebre, pero no tengo el Ébola, así que no hace falta que me vigiles como si tuviera la peor infección del mundo y necesitara una Unidad de Cuidados Intensivos con cientos de cables a mi alrededor y un monitor que marque mi frecuencia cardíaca con un bip-bip al ritmo de un metrónomo. Una cosa muy importante que ya deberías saber es que, cuando tengo fiebre, el paracetamol o el ibuprofeno me lo debes dar para que me encuentre mejor. Está claro que esto ocurrirá a la par que la fiebre se modera, pero puede ocurrir que pase de estar amodorrada en el sofá a dar brincos por el salón y pedirte salir a jugar a la calle sin que la fiebre se mueva de los 39ºC. Si te digo la verdad, lo que marque el termómetro me da un poco igual. A mi lo que me interesa es encontrarme bien. Así que no te obsesiones con ponerme el termómetro cada 20 minutos en un intento de ver si la fiebre baja. Vigila cómo me encuentro, mi estado general, ya que ese es el mejor termómetro del que fiarte. Por el mismo motivo, si tengo fiebre pero no me encuentro mal, puedes esperar a darme la medicina, cosa que ocurre muchas veces cuando estoy durmiendo plácidamente a pesar de sobrepasar los 38ºC. Te puedo asegurar que me molesta más que me despiertes para darme el jarabe que seguir durmiendo con fiebre. Como te decía antes, lo que tengo es fiebre y, probablemente, en un par de días haya desaparecido. Ya sabes que la fiebre no es mala, que no me hace daño. No es más que un síntoma que nos avisa de que mis defensas están luchando contra los malditos virus. Además, es normal que solo tenga fiebre, al menos de momento, eso que a los pediatras les gusta llamar “fiebre sin foco” o decir que “todavía no ha dado la cara”. Por este motivo, salvo que me veas con mal estado general o que me cuesta respirar, no hace falta que me lleves a Urgencias a toda prisa, sobre todo si son las tres de la mañana y en la calle hace un frío que pela. Pide cita con mi pediatra dentro de un par de días, que es quien mejor me conoce, y seguro que lo ve todo más claro. Con un poco de suerte, la fiebre puede que ya se haya ido y me gane esa pegatina solo por ir a saludarla. Yo entiendo perfectamente que te agobies y sé que te gustaría que el tiempo pasara más deprisa para saber si esta fiebre que tengo hoy se debe a una neumonía, y así poder iniciar el antibiótico cuanto antes, o no es más que un catarro sin importancia. Sin embargo, Mamá, esto de la medicina no funciona así. Cuando me pongo mala hay que saber esperar y esperar a ver cómo avanza la película, si no corremos el riesgo de pensar, al ver solo cinco minutos de metraje, que se trata de una de aventuras cuando realmente la peli es una comedia. Así que ten paciencia y recuerda que la fiebre solo hace que me encuentre mal. También me gustaría decirte que odio cuando me metes en la ducha para darme un agua templadita a ver si con eso me baja la fiebre. No se tú, pero si tengo fiebre y me encuentro mal, lo que menos me apetece en ese momento es que me den un baño, ya que hace que tenga frío y, realmente, la fiebre solo baja unas décimas durante un rato muy corto. Del mismo modo, las friegas esas con alcohol que te hacían a ti cuando eras pequeña tampoco me ayudan, además hacen que huela a lo que toma la abuela en el vasito ese pequeño que ella dice que es nosequé del mono. Es preferible que me quites algo de ropa y bajes la calefacción de casa, que no se que te ha dado por poner el termostato en nivel infierno. Ni que fuéramos nudistas y estuviéramos todo el día por casa como Dios nos trajo al mundo. Otra cosa que me pasa cuando tengo fiebre es que suelo perder el apetito. Con un poco de suerte comeré lo mismo que todos los días, pero no te sorprendas si te digo que no quiero desayunar o me dejo la mitad del plato de judías que me has preparado con tanto amor para cenar. Ofréceme la comida, pero no me fuerces a comer, que tampoco pasa nada porque me pase un par de días tomando solo yogures o arroz con tomate, que sabes que me encanta. Quizá pierda un poco de peso, hasta puede que pienses que me he quedado en los huesos, pero estoy segura de que en cuanto mejore comeré igual de bien que antes y recuperaré ese kilillo que dices que a mi me falta y a ti te sobra… Para ir acabando, me gustaría que me dejaras en casa cuando tengo fiebre. No hay ninguna necesidad de que me lleves al colegio. En serio, no soy Sergio Ramos jugando la final de la Champions League en plan “sin mí seguro que perdemos” o el Presidente del Gobierno acudiendo al Consejo de Ministros más importante del año. Soy una niña y por faltar dos días a clase no voy a perder la comba del curso. Y si la pierdo, estoy convencida de que mis profesores harán todo lo posible para que no me descuelgue de mis compañeros. Tienes razón en que la fiebre en sí no es una enfermedad de exclusión escolar y que, seguramente, este virus me lo he pillado de Carla, mi compañera de pupitre, o de Juan, que es con quien me siento cuando vuelvo del colegio en ruta. Pero mira, si en casa ya estoy para el arrastre, imagínate si además tuviera que seguir el ritmo de la seño, con las sumas, las restas, los pronombres y la science, que además sabes que no la entiendo. Por caridad, déjame en casa. También sé que si alguna vez me has llevado a clase con el ibuprofeno recién dado después de una noche de fiebre es porque la conciliación familiar y laboral en este país es una mierda (perdón por el palabro, se lo oí el otro día al tío Paco y, aunque no lo uso nunca, creo que esta vez venía al pelo). Intenta dejarme en casa, los abuelos casi siempre están dispuestos a hacerme compañía, o con un vecino o pide trabajar a distancia, pero no me lleves al cole. Si por algún motivo no lo consigues, pues bueno, qué se le va hacer, yo pondré mi mejor cara al ver a mis compañeros y aquí no ha pasado nada, al menos hasta que me vuelva a subir la fiebre. Pero de verdad, antes de hacerlo intenta por todos los medios que me quede descansando. Yo te lo agradeceré con miles de besos y quizá hasta te haga un dibujo de esos que tanto te gusta. Mis compañeros también te lo agradecerán, ya que así es menos probable que ellos se contagien. Sobre todo María, la niña que el año pasado tuvo cáncer y ya ha vuelto a clase. Porque, aunque ya está en remisión completa, lo que para mí no es más que un virus, para ella puede ser una infección muy grave, que me dijo el otro día que la pastilla esa que toma hace que sus defensas estén bajas. Querida Mamá, siento si estas lineas que te he escrito te han molestado. Se que desde el día en que nací tú solo quieres lo mejor para mí. Estoy segura de que cada segundo, cada minuto, cada hora que paso con fiebre, lo único que quieres es que me ponga buena. Aunque no lo parezca, agradezco mucho que me arrulles en tu regazo. Agradezco tus besos y tus caricias. Agradezco que para que me quede dormida por las noches mientras tirito de frío, me des tu mano, aunque para ello te saltes todas las reglas que te has autoimpuesto en un intento de que aprenda a dormir sola. Agradezco también tus visitas furtivas en medio de la madrugada para ver si ya me encuentro mejor o quiero un vaso de agua. En definitiva, agradezco todos los mimos y cuidados que me das cuando tengo fiebre. Espero que algún día, cuando yo tenga hijos y tú peines canas, parecerme solo un poquito a tí; si lo consigo, sé que ellos estarán al cuidado de las mejores manos. Así que, gracias Mamá. Firmado: Lola, tu hija.

Fuente: Dos Pediatras en Casa G.O

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El estreñimiento en los niños: mitos y leyendas

El estreñimiento supone un motivo muy habitual de consulta, tanto, que afecta a 1 de cada 10 niños. Y, aunque no suele ser síntoma de ninguna enfermad grave, genera mucha preocupación y ansiedad tanto a los niños que los sufren como a sus padres. Como suele ser habitual con «patologías» de este estilo, la sabiduría popular ha ido construyendo mitos y leyendas alrededor de esta condición, muchos de ellos equivocados o erróneos.

En el siguiente post os contamos en qué consiste el estreñimiento y cómo podéis tratarlo, a través de sus mitos y leyendas. ¡Esperamos que os resulte útil!

1. Si a mi bebé le cuesta hacer caca es SIEMPRE estreñimiento. FALSO

Una entidad poco conocida por los padres de niños de pocas semanas o meses de vida es la disquecia del lactante. En ella podemos ver a un bebé que intenta hacer caca con esfuerzo y enrojecimiento facial, incluso con llanto y quejido -como si le molestara al hacerlo- durante unos minutos, finalizando normalmente con una deposición blanda de características normales. Esto ocurre porque el esfínter anal no se relaja y, por eso, al lactante le cuesta hacer sus deposiciones. Es un trastorno funcional del aparato digestivo de los más pequeños que suele resolverse solo con el tiempo y sin necesidad de tratamiento, normalmente al cabo de varios meses. Por ello, no está recomendado ni la estimulación rectal ni el uso crónico de laxantes para ayudar al bebé a hacer caca. Se diferencia del estreñimiento real en que las deposiciones no son duras.

2. Si mi hijo hace caca cada varios días es que tiene estreñimiento. FALSO

El estreñimiento consiste en la baja frecuencia en la deposición (dos o menos a la semana) acompañado de dolor al hacer caca y acompañado de deposiciones duras o muy voluminosas o historia de retención fecal excesiva. Por tanto, si el niño va al baño cada 2-3 días pero cuando hace deposición es de consistencia normal y lo hace sin dolor no se considera estreñimiento. Estos niños simplemente necesitan acudir al baño menos frecuentemente para mantener su hábito intestinal normal.

3. El estreñimiento aparece más frecuentemente en los niños alimentados con fórmula artificial que aquellos que toman pecho. VERDADERO

Como ya os hemos contado en otras ocasiones en la sección Consejos de Lactancia Materna, uno de los beneficios bien conocidos de la lactancia materna es que evita el estreñimiento cuando lo comparamos con los niños alimentados con fórmula. Esto se debe a que el ácido palmítico, un ácido graso presente de forma natural en la leche materna, está esterificado en su mayor parte en posición beta mientras que en las leches de fórmula lo hace, en la mayoría de las ocasiones, en posición alfa. Esto provoca la formación de jabones y sales de calcio con el consecuente endurecimiento de las heces.

4. La causa más frecuente de estreñimiento es el consumo de una dieta con poca fruta y verdura. VERDADERO

No es raro ver a niños al iniciar la alimentación complementaria como les cuesta mucho hacer caca y cuando la hacen es dura cuando antes, cuando solo se alimentaban con leche (ya sea materna o artificial), no tenían problemas para hacer deposición. Normalmente se debe al cambio en el tipo de la alimentación. Si se hace hace hincapié en el aumento de consumo de fibra en la dieta así como de agua (sobre todo en los niños que solo toman leche cuando la madre está presente) suele solucionarse sin ningún problema. Si aún mejorando los hábitos dietéticos persiste el estreñimiento, el pediatra valorará la necesidad de usar algún tipo de laxante.

5. El estreñimiento no es síntoma de ninguna enfermedad. FALSO

La gran mayoría de las veces el estreñimiento es de causa funcional, es decir, se produce en un niño sano sin que haya una enfermedad que lo justifique. Este tipo de estreñimiento mejora al llevar a cabo una serie de medidas dietéticas y mejorando los hábitos a la hora de ir al baño. Sin embargo, en algunas ocasiones, el estreñimiento puede deberse a una enfermedad orgánica y requiere estudio por parte del pediatra, sobre todo cuando no mejora a pesar de implementar estos hábitos o se asocia a otras situaciones (como el retraso en la eliminación del meconio del recién nacido (1ª caquita del bebé) más allá de las primeras 48 horas de vida o haber presentado episodios de obstrucción intestinal que han requerido el uso de enemas de desimpactación o pautas agresivas con laxante). Enfermedades que condicionan este tipo de estreñimiento son, por ejemplo, las enfermedades neurológicas (como la parálisis cerebral), el hipotiroidismo o la celiaquía.

6. En los niños en los que se está retirando el pañal y presenta pérdidas de orina frecuentes, pueden deberse a estreñimiento. VERDADERO 

Una de las cosas que hacen los niños a los que se les está retirando el pañal y tienen estreñimiento es presentar lo que los pediatras llamamos un «habito retentivo», es decir, aguantarse las ganas de hacer deposición aunque el cuerpo les diga que ha llegado el momento de ir al baño. Para conseguirlo, tienen que hacer fuerza con los músculos del suelo pélvico y la tripa y eso, en ocasiones, genera tensión en la vejiga provocando que se les escape el pis. Es importante tener esto en cuenta para hacer un diagnóstico acertado ya que debemos diferenciarlo de las infecciones de orina, las cuales presentan una clínica similar.

7. En los niños mayores a los que se les escapa la caca, puede deberse a estreñimiento. VERDADERO

Como en el caso anterior, el hábito retentivo de algunos niños da lugar a lo que se conoce como «encopresis». Esta entidad se caracteriza por la evacuación involuntaria de heces, ya sean éstas blandas o duras, muchas de las veces manchando la ropa interior. Esto ocurre porque ese hábito no es capaz de «sujetar» todas las heces en el recto y acaban saliendo por rebosamiento a través del ano. Es muy importante que los padres entiendan que esta entidad es un equivalente del estreñimiento y que mejorará con medidas higiénicas y, en muchos casos, con laxantes.

8. Si mi hijo está estreñido, lo mejor que puedo hacer es usar un enema para que haga caca o estimularle el ano. FALSO

Para el manejo del estreñimiento, lo más importante son las pautas en la hábito conductual, es decir, que el niño vaya al baño con frecuencia (por ejemplo sentarse en el wáter en el mismo horario todos los días) y una dieta con abundante agua, fruta y verdura. Además, debemos evitar que cuando el niño se siente en el baño al hacer caca le duela, ya que eso podría potenciar más un habito intestinal retentivo. De forma similar, cualquier tratamiento para paliar el estreñimiento que implique dolor o incomodidad, puede empeorar este hábito. Por ello, el uso de supositorios o enemas, debido a que son incómdos y desagradables para los niños, los reservaremos solo para los casos en los que exista una retención fecal excesiva con dolor, y siempre tras ser pautados por el pediatra.

9. Utilizar laxantes en los niños siempre que sea necesario no es un problema. VERDADERO

Como ya hemos dicho, una parte importante del cuidado del niño con estreñimiento incluye que vaya al baño de forma habitual sin que ésta sea una experiencia desagradable. Por ello, cuando el estreñimiento no mejora con dieta, el pediatra indicará el empleo de laxantes como primera opción. Se trata de fármacos muy efectivos que ayudan al niño a realizar deposiciones más blandas y pequeñas mejorando los síntomas asociados al estreñimiento como el dolor y “el miedo a hacer caca”. Además, son fármacos muy seguros ya que tienen poca o nada absorción intestinal (es decir toda su función la van a realizar solo en el intestino). El empleo de laxantes puede prolongarse durante meses ya que, en ocasiones, el niño tiene miedo a que le duela por lo que evita ir al baño y, consecuentemente, la deposición se hará más grande y más dura… creando un círculo vicioso que perpetúa y empeora el estreñimiento.


Como veis, hay muchos mitos y leyendas alrededor de este tema. En general serán episodios de estreñimiento funcional que se resolverán mejorando ciertos hábitos de vida. Es muy importante actuar a tiempo ya que estreñimientos de larga evolución en los niños pueden afectar a su vida y repercutir en su entorno social.

Las meningitis «buenas» y «malas»

Una de las enfermedades que más aterra a los padres es la meningitis. No en vano es un una enfermedad que puede tener consecuencias tan devastadores como la muerte del niño o secuelas neurológicas graves. Sin embargo, la gran mayoría de las meningitis que vemos en la edad infantil curan sin tratamiento ya que están provocadas por virus y son las que, en un intento de tranquilizar a esos padres, nos referimos a ellas como las meningitis «buenas». Y aunque son «buenas» porque curan sin secuelas casi siempre, suelen requerir ingreso hospitalario. En el otro bando están las meningitis «malas», las provocadas por bacterias, que son las que suelen cursar con complicaciones.

En este post encontrarás información sobre las meningitis y cómo las afrontamos los pediatras.

¿Qué es una meningitis y qué la provoca?

La meningitis, como su propio nombre indica, es la inflamación de las meninges, envolturas que rodean el cerebro.

Una meningitis puede ocurrir por muchas causas, pero la inmensa mayoría de las veces en pediatría se debe a una infección. Y como ya hemos explicado en más de una ocasión, las infecciones son aquellas enfermedades provocadas por microorganismos. En el caso de las meningitis, la causa más frecuente son los virus (entorno al 90%) seguidos de las bacterias (5-10%). Existen otras causas de meningitis infecciosas (parasitos y hongos) que son muy raras y pueden aparecer en personas inmunodeprimidas, pero que no merece la pena que tratemos en este post. Por último, cuando no conseguimos saber cuál es la causa de la meningitis,  nos referimos a ella como «meningitis aséptica», lo que significa que no hemos conseguido aislar el bicho que la provoca.

Esta distinción entre las posibles causas de las meningitis es muy importante debido a que el tratamiento y el pronóstico difiere de unas a otras. De forma coloquial, los pediatras nos solemos referir a las meningitis víricas como «meningitis buenas» ya que se resuelven solas en unos días sin dejar secuelas. Por el contrario, las «meningitis malas» son aquellas que están provocadas por bacterías y pueden dar lugar a secuelas (aunque esto no siempre es obligatorio).

Los virus que más frecuentemente provocan meningitis son los enterovirus, los cuales son más frecuentes en primavera, por lo que en esa época del año esta patología se ve con mayor frecuencia.

De todas las bacterias que provocan meningitis, las más importantes son dos: el meningococo y el neumococo. Ambas bacterias provocan meningitis durante todo el año, aunque el meningococo puede ser causa también de epidemias, es decir, cuando de repente aparecen más casos de lo esperado. Como veremos al final, por fortuna contamos con vacunas para protegernos contra estas bacterias.

Si os estais perguntando que cuál es la proporción en nuestro medio de meningitis «buenas» respecto a las «malas», la respuesta es de diez meningitis provocada por virus frente a una causada por bacterias. Esto se debe a la alta tase de vacunación que tenemos en nuestro país y en los de nuestro entorno.

¿Qué síntomas provoca la meningitis?

La triada clásica de síntomas de la meningitis es fiebre, dolor de cabeza y vómitos. A esto hay que añadir que los niños con una meningitis, ya sea de las «buenas» o de las «malas», suelen presentar decaimiento marcado y mal estado general. Muchos niños comentan que el dolor de cabeza que les provoca la meningitis es el peor de sus vidas, lo que pone de manifiesto la intensidad del dolor que suelen presentar. En ocasiones, sobre todo en las meningitis provocadas por bacterias, puede aparecer diminución del nivel de conciencia, somnolencia o convulsiones. En niños pequeños que no son capaces de manifestar su dolor o el malestar general suelen presentarse con irritabilidad.

En muchos casos, los padres acuden al hospital pensando que su hijo tiene una meningitis porque presenta fiebre y dolor en el cuello. Sin embargo, este último síntoma, no es específico de la meningitis, es decir, lo vemos con frecuencia en otras patologías como las anginas o en algunas neumonías. Lo que sí es importante es la exploración de los signos meningeos por parte del pediatra, esas maniobras que hacemos en la consulta en la que doblamos el cuello del niño estando tumbado o le elevamos las piernas. Con ello, somos capaces de evaluar si es probable que un niño tenga una meningitis o no.

¿Cómo se diagnostican la meningitis?

Cuando los pediatras vemos a un niño con un cuadro clínico que encaja con una meningitis y presenta signos en la exploración física compatibles con ella, realizamos lo que se conoce como punción lumbar.

Esta técnica consiste en pinchar con una aguja muy fina la espalda para extraer del canal medular el líquido que recubre las meninges y poder analizarlo. Esta prueba, a la que muchos padres tienen pavor, es la única forma que existe en este momento de poder diagnosticar de forma fehaciente una meningitis.

El líquido que extremos, conocido como líquido cefaloraquídeo, se analiza en el laboratorio de manera urgente para determinar si el niño presenta una meningitis o no. Y solo analizando el líquido cefaloraquídeo se puede diagnosticar si un niño padece una meningitis, por eso decimos que una punción lumbar es imprescindible para llegar al diagnóstico. Además, junto con la historia clínica del niño y la analítica de sangre que habremos hecho, podemos diferenciar con bastante exactitud si la meningitis de ese niño concreto es de las «buenas» o de las «malas». Siempre se procede al cultivo de ese líquido, el cual nos confirmará en unos días si finalmente la causa es una bacteria o un virus.

¿Cuál es el tratamiento de la meningitis?

Dependiendo de la causa de la meningitis el tratamiento varía ostensiblemente.

En le caso de las meningitis provocadas por virus, el tratamiento es sintomático. Se utilizan analgésicos para el dolor y, en caso de que el niño vomite mucho o no quiera comer, se pueden utilizar sueros intravenosos. Normalmente requieren ingreso que no suelen durar más de 3 o 4 días.

En el tratamiento de las meningitis bacteriana, además del tratamiento sintomático, se emplean antibióticos. En ocasiones se comienza con dos y posteriormente, dependiendo del germen que crezca en los cultivos, se ajusta el espectro del tratamiento a la bacteria que causa el cuadro clínico. La duración del tratamiento varía desde una semana hasta 15 días, ya que no todas las bacterias se tratan igual. En un primer momento, estas meningitis se atienden en las unidades de cuidados intensivos para vigilar de cerca que no requieran otros tratamientos de mantenimiento más avanzado como respiradores o medicación para mantener la tensión arterial. La duración total del ingreso dependerá de la respuesta al tratamiento y de las secuelas que pueda presentar el niño.

¿Qué secuelas provocan las meningitis?

Como dijimos al principio, las meningitis que habitualmente dan secuelas son las provocadas por bacterias, de ahí que se las conozca como meningitis «malas».

Si os acordais de cuando hablábamos de las bacterias que las pueden provocar, mencionábamos dos: el meningococo y el neumococo. Ambas son meningitis muy graves, pero las secuelas y la evolución puede variar enormemente de una a otra.

El menigococo es una bacteria que provoca meningitis de forma muy rápida. Es decir, el cuadro clínico ocurre en unas pocas horas. Por eso suele decirse que si no se coge a tiempo puede dar lugar lugar a un cuadro clínico devastador en el que aparece un fallo multiorgánico que puede desencadenar la muerte, hasta en un 10% de los casos. En el 90% restante puede aparecer algún tipo de secuela grave como insuficiencia renal crónica o amputación de algún miembro, pero en muchos casos el tratamiento es eficaz y el cuadro clínico se resuelve sin secuelas.

Por el contrario, la meningitis por neumococo suele ser algo más larvada, aconteciendo en dos o tres días. La mortalidad por esta infección ronda también el 10%, pero lo que la diferencia de las provocadas por meningoco es que las secuelas son muchos más frecuentes: uno de cada cuatro supervivientes. Entre las secuelas de la meningitis por neumococo destacan la sordera y, en menor frecuencia, el daño cerebral que puede manifestarse como epilepsia (convulsiones) o parálisis cerebral.

¿Cómo se contagian las meningitis?

Tanto las provocadas por virus como por bacterias se contagian por contacto estrecho con las secreciones del paciente que la padece o de algún portador asintomático.

Cuando hay un brote de meningitis bacteriana, las autoridades sanitarias suelen evaluar el caso clínico para establecer qué personas estuvieron en contacto con los enfermos y son candidatas a tomarse una profilaxis, una medicina que intentará que sea menos probable que esas personas que han estado en contacto con un niño con meningitis desarrollen la enfermedad.

Sin embargo, muchas personas son portadoras de estas dos bacterias sin que desarrollen nunca una meningitis y, de hecho, muchas otras se colonizan sin desarrollarla tampoco. Esto habla a favor de que padecer una meningitis es una «lotería» ya que entran en juego a menudo muchos factores que no podemos controlar.

¿Cómo podemos prevenir las meningitis?

Como la gran mayoría de las infecciones, poco podemos hacer más allá de extremar las medidas de higiene como el lavado de manos o animar a los niños a toser tapándose con la zona del codo.

Sin embargo, y por fortuna, existen vacunas contra el meningococo y el neumococo por lo que, gracias a ellas, podemos prevenir que nuestros hijos padezcan una meningitis de las «malas». Existen varios tipos de meningococo (tipo B, C, A, W, Y…) y para todos ellos existen vacunas que han demostrado ser eficaces, como ya os hablamos de ellas en esta otra entrada del blog. De momento, salvo para el tipo C, no están financiadas por el Sistema Nacional de Salud aunque el Comité Asesor de Vacunas de la Asociación Española de Pediatría recomienda la vacunación contra estos microorganismos para todos los niños. También existe una vacuna eficaz contra los serogrupos del neumococo que provocan meningitis con más frecuencia y, en este caso, la vacuna esta subvencionada por el estado y se emplea ya de forma rutinaria en todos los niños españoles.


Si te interesa la meningitis existe una ONG que se llama Asociación Española Contra la Meningitis que comparte noticias e información sobre esta patología.

Cómo evitar contagiarse de la Gripe

Como todos los años, la epidemia de Gripe no perdona y acaba entrando en nuestras vidas. Pese a todos los esfuerzos, es muy probable que muchos de los hijos de los que leéis este texto, o vosotros mismos, os acabéis contagiando de este virus así que no está de más que revisemos qué podemos hacer para evitar, en la medida de lo posible, caer bajo sus garras.

Vaya por delante que la Gripe suele ser una infección banal pero que genera mucho malestar ya que cursa con fiebre de varios días (incluso una semana) de duración junto con malestar general y síntomas respiratorios. Como virus que es, no tiene un tratamiento específico así que, una vez que alguien se contagia, solo caben tratamientos sintomáticos y una buena dosis de paciencia. Si queréis profundizar en qué consiste esta infección tan habitual tanto en niños como en adultos podéis entrar en este link.

¿Cómo se contagia la Gripe?

La clave para evitar un contagio, ya no solo de la Gripe sino de cualquier enfermedad infecciosa, es conocer cómo se transmite el microorganismo de tal forma que podemos poner en marcha medidas para evitarlo.

El mecanismo principal por el que se transmite la Gripe de persona a persona es por medio de las gotitas que se producen al toser, estornudar o hablar desde una persona enferma (o que está en periodo de incubación) hasta otra susceptible. Esto se debe a que el virus de la Gripe coloniza la vía respiratoria del paciente y «flota» a sus anchas en secreciones como la saliva o los mocos. El contagio se produciría cuando esa persona susceptible inhala esas partículas que contienen el virus.

Y aunque la vía inhalatoria es la más frecuente, también es posible por contacto directo con las secreciones (saliva, mocos…) del paciente sin que haya gotitas de por medio. Para que lo entendáis, si tocamos la saliva de un enfermo con Gripe y luego nos frotáramos nuestra nariz o la boca, estaríamos llevando al virus directo a nuestras mucosas, abriéndole la puerta para que nos contagie. O por ejemplo, cuando un hijo nuestro nos da uno de esos besos que nos encantan llenos de babas.

El virus de la Gripe no flota en el aire, por ello, para contagiarnos, se requiere un contacto estrecho entre personas para que la enfermedad pase de unas a otras. ¿Habéis pensado quiénes están en «contacto estrecho» muy habitualmente y por eso suelen ser los primeros casos por los que empieza la epidemia? ¡BINGO!: los niños. Así que estad atentos a lo que sigue para conocer las claves de cómo podemos prevenir que se contagien entre ellos o nos contagiemos nosotros mismos.

¿Cómo prevenimos la Gripe?

Como primera mediada, lo más adecuado para evitar un contagio, sería evitar aglomeraciones al estilo de centros comerciales o similares en los que haya mucha gente que nos pudiera contagiar. Y aunque esta medida es efectiva, la verdad es que un niño que acude a la guardería o al colegio (que es donde los niños comparten unos con otros mucho tiempo en contacto estrecho) es mucho más probable que se contagie allí que en ningún otros sitio. Así que, salvo que os podáis permitir dejar a los niños en casa en vez de llevarles a la guardería, habrá que poner en marcha otras medidas preventivas para evitar los contagios.

Si hemos entendido que la transmisión de la Gripe se produce a través de esas gotitas invisibles de saliva o de mucosidad que flotan en el aire así como del contacto directo con secreciones, las medidas que podemos poner en marcha son sencillas y muy lógicas. Veamos cuáles son:

El lavado de manos

La mediada más importante para evitar contagiarnos o que nosotros seamos los vectores de la enfermedad es la higiene frecuente de manos. Esta es la medida individual más importante para prevenir cualquier enfermedad contagiosa, por lo que debemos ser especialmente cuidadosos al realizarlo, tanto nosotros como nuestros hijos. Es muy adecuado que enseñemos a los niños a lavarse las manos desde muy pequeños para que lo tengan interiorizado desde muy pronto y lo vean como algo natural y rutinario.

El momento para realizar la higiene de manos sería después de entrar en contacto con tus propias secreciones o con las de vuestros hijos, así que no dudéis en hacerlo antes y después de las comidas, después de sonarles los mocos con un pañuelo o hacerles un lavado nasal… Podemos emplear dos técnicas.

La higiene de manos se puede hacer con agua y jabón, para ello debemos hacerlo con agua en cantidad suficiente y por lo menos durante 20 segundos, frotando todas las superficies de ambas manos. Tras ello nos aclaremos y nos secaremos con una toalla.

Si no estás en casa o simplemente prefieres hacerlo de otra forma, puedes emplear soluciones de base alcohólica. Éstas han demostrado ser fáciles de aplicar y ser al menos tan efectivas como el agua y el jabón. Además, existen muchas presentaciones (botes pequeños, grandes…) para que puedas tenerlos en casa o llevarlos encima cuando salgas de paseo. En este caso basta con frotarse las manos y esperar a que se sequen.

Tápate la boca y la nariz con el codo o con un pañuelo desechable cuando tosas o estornudes

Parece lógico que si cuando tosemos o estornudamos mandamos al aire esas gotitas de las que hemos hablado, nos tapemos para intentar evitarlo. Si lo hacemos con el codo o un pañuelo desechable en vez de con la mano, estaremos consiguiendo dos cosas. Por un lado, que esas gotitas no pasen al ambiente y que otra persona pueda inhalaras. Por otro, si nos tapamos con el codo o con un pañuelo desechable y no con la mano, evitaremos que las manos sirvan de vehículo para ir dejando por ahí parte de nuestras secreciones, por ejemplo en el pomo de una puerta, en le teclado del ordenador o en el juguete de un niño.

Utiliza pañuelos desechables

No es raro ver en invierno a padres y madres persiguiendo a niños con los mocos colgando por el parque con un pañuelo en la mano. Aunque los mocos no son malos, son incomodos y, además, son poco estéticos. De ahí el afán que tenemos los padres en quitárselos a nuestros hijos. Pero has de tener en cuenta que los mocos contiene muchos virus así que es preferible utilizar un pañuelo desechable a irlo guardando en el bolsillo o en le bolso para reutilizarlo ya que con ello disminuye mucho la probabilidad de contagio a nuestros otros hijos o a nosotros mismos. Y recuerda, después de usar un pañuelo, hay que lavarse las manos.

Otras cosas que debemos hacer cuando nuestros hijos o nosotros tengan Gripe

La Gripe no es una enfermedad de exclusión escolar ya que es una infección que se contagia desde antes de que dé síntomas hasta unos 10 días después del inicio de los mismos. A pesar de que no es una enfermedad de exclusión escolar, cuando un niño padece la Gripe suele encontrarse mal además de tener fiebre, por lo que es muy recomendable que se queden descansado en casa hasta que los síntomas remitan. Con ello conseguiremos que nuestros hijos pasen mejor la Gripe y en parte disminuiremos el contagio a sus compañeros.

Si crees que tienes la Gripe o te lo ha confirmado un médico, sería muy recomendable que evitaras al máximo el contacto con tus hijos. Esta medida suele resultar imposible porque, aunque estemos enfermos, los padres debemos seguir cuidando de nuestros hijos. Sin embargo, puedes utilizar una mascarilla cuando estés con ellos o cuando les des el pecho o el biberón para intentar disminuir el número de partículas que mandamos al ambiente cuando hablamos o tosemos cerca de ellos Y aunque te cueste, evita los besos durante unos días…

Por último, no intercambiéis cubiertos entre vosotros ya que pueden servir de vehículo para pasar el virus de una persona a otra. Por descontado, nada de que los pequeños de la casa compartan chupetes, mordedores o juguetes varios…

¿Y qué pasa con la Vacuna de la Gripe?

Quizá deberíamos haber puesto esta parte al principio de este post, ya que la vacuna de la Gripe es la medida más eficaz para evitar esta enfermedad. Y esto no lo decimos nosotros solos, es palabrita de la Organización Mundial de la Salud. No hace falta decirlo porque seguro que ya lo sabéis, pero la vacuna de la Gripe es muy segura así que no hay que tener miedo.

La vacuna de la Gripe es una vacuna que cambia todos los años, ya que el virus muta de una temporada a otra, por lo que cada año hay que rediseñar una vacuna para que sea efectiva para la nueva temporada y de ahí que haya que vacunarse cada año.

La Asociación Española de Pediatría recomienda la vacunación de los niños con factores de riesgo para Gripe grave así como a todos aquellos niños que sus familias así lo deseen. También hay que recordar que los menores de 6 meses no pueden recibir la vacuna de la Gripe por lo que es muy apropiado que se vacune su entorno familiar en el caso de que queramos evitar un posible contagio a estos niños tan pequeños. Si queréis saber si vuestro hijo pertenece a ese grupo con factores de riesgo para Gripe grave consultad con vuestro pediatra.

Por último, las embarazadas son un grupo de personas propensas a padecer una Gripe grave por lo que está recomendado que se vacunen durante la campaña de vacunación independientemente del trimestre de embarazo en el que se encuentren. Si quieres más información sobre la vacuna de la Gripe en el embarazo entra en este link.


Aunque este post lo hemos escrito con la intención de evitar contagios por Gripe, las medidas preventivas que has leído, tales como el lavado de manos, cubrirnos con el codo al toser o utilizar pañuelos desechables y demás, son aplicables a todas las enfermedades respiratorias (catarros y virus varios) que padecen los niños, por lo que es muy recomendable que las apliques durante todo el año y no solo durante la temporada de Gripe.

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¿Qué es la saturación de oxigeno?

Quien más, quien menos, todos hemos acudido a Urgencias alguna vez y a nuestros hijos les habrán puesto una cosa en el dedo de la mano con una lucecita roja para conocer la saturación de oxigeno. Esta medida sirve para conocer si un paciente está recibiendo oxígeno de forma adecuada en sangre y por ello, los pediatras, la utilizamos también en nuestros pacientes, sobre todo en aquellos con procesos respiratorios como las bronquiolitis o las neumonías.

De hecho, muchos padres nos suelen decir frases como «Ya me quedo tranquilo porque veo que la saturación está en 100%» o «Me he venido a Urgencias para que le veáis porque en casa la saturación marcaba 92%». Sin embargo, la saturación de oxigeno es una medida más en el todo que supone un paciente pediátrico y debe ser valorada con cautela por un profesional sanitario, ya que de forma aislada no suele tener mucho valor.

En este post te contamos qué es la saturación de oxígeno y para qué sirve su medida para que puedas entender de que va la cosa cuando se la midan a tu hijo y algún pediatra te hable de ella.

El oxígeno de la sangre y cómo se mide

La función del aparato respiratorio del cuerpo humano es enviar oxigeno suficiente a los tejidos para que puedan realizar de forma adecuada las diferentes tareas para las que están diseñados, por ejemplo, al intestino para hacer la digestión o a los músculos para poder contraerse y mover el cuerpo.

Este aparato respiratorio está compuesto por todos los órganos que intervienen en el transporte del oxigeno a los tejidos y básicamente son las vías respiratorias y los pulmones, el corazón y los vasos sanguíneos y la sangre. Esta última, la sangre, contiene a los glóbulos rojos, células del organismo encargadas de transportar el oxígeno a los tejido a través de la hemoglobina.

El trabajo de todo el aparato respiratorio es fundamental para que el organismo funcione de manera adecuada. La medición del oxígeno en sangre nos puede dar una idea de cómo funciona el aparato respiratorio en muchas enfermedades.

La medición de los niveles de oxígeno en sangre se puede hacer a través de varios métodos, muchos de ellos «invasivos» que requieren de una muestra de sangre para poder determinar esos niveles a los que nos referimos. Ahí es donde la medición de la saturación de oxígeno ha ganado terreno ya que es un método «no invasivo» muy fácil de utilizar.

¿Qué es la saturación de oxígeno y cómo se mide?

La saturación de oxígeno es la medición que nos informa cómo de cargado esta el glóbulo rojo de oxígeno, es decir, si tras pasar por los pulmones ha sido capaz de captar muchas moléculas de oxigeno o por el contrario lleva pocas. Para que lo entendáis, sería la medida que nos informa de si el maletero de un coche (el glóbulo rojo) lleva muchas maletas (moléculas de oxígeno) o pocas.

La saturación de oxígeno no nos da una medición exacta de cuanto oxígeno hay en sangre ya que lo que estima es cómo de cargados van los glóbulos rojos en total. Sin embargo, muchos estudios han comprobado que la saturación de oxígeno se correlaciona bien con los niveles de oxígeno en sangre por lo que la medición de la saturación nos sirve para estimar la cantidad de oxígeno.

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Dedo de un niño con un sonda pediátrica de medición de la saturación de oxígeno.

El pulsioxímetro es el aparato que utilizamos para medir la saturación de oxígeno, el cual se compone de dos partes. Por una lado una sonda, que es la parte que se pone en el dedo y efectúa la medición de la saturación, y por otro una pantalla, donde leemos el valor de la saturación. La tecnología que utiliza el pulsioxímetro se basa en la colorimetría. Dependiendo de cuánto oxígeno transporta la sangre, ésta se pone de un color u otro: cuanto más roja, más oxígeno y cuanto más azul, menos oxígeno.

El valor que nos entrega el pulsioxímetro es un porcentaje (%), lo que vendría a representar cómo de lleno está el maletero del esos coches a los que nos referíamos, es decir como de cargados de oxígeno circulan los glóbulos rojos en la sangre. Ese porcentaje se correlaciona muy bien con los niveles de oxígeno total en sangre y de ahí que digamos que es un método «no invasivo» al no necesitar extraer una analítica.

Los valores normales de la saturación de oxígeno varían entre 95 y 99%. Es decir, es tan normal 95 como 99% para decir que la cantidad de oxígeno en sangre es normal. Por debajo de 94% se considera que los niveles de oxígeno son bajos.

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Monitor del pulsioxímetro. El valor 98 corresponde a la saturación y 105 a la frecuencia cardiaca, ya que este aparato también mide el pulso.

¿Y para qué sirve a los pediatras conocer la saturación de oxígeno de un niño?

Si tenemos en cuenta que conocer la cantidad de oxígeno que hay en sangre nos sirve para conocer en parte cómo funciona el aparato respiratorio de los niños, es evidente que los pediatras empleamos la saturación como una parte más de la valoración respiratoria de un paciente.

De esta manera, la saturación de un niño con una bronquiolitis nos informará de si el niño es capaz de respirar lo suficiente como para mantener un nivel adecuado de oxígeno en sangre. Lo mismo pasa con las neumonías o las laringitis. Sin embargo, la saturación de oxigeno no es imprescindible que sea medida en todas las patologías respiratorias; por ejemplo, en un niño con un catarro o con tos que se encuentra sin dificultad respiratoria y la auscultación es normal, no es imprescindible medir de rutina la saturación de oxígeno porque a todas luces será normal. Por el contrario, en un niño con bronquiolitis y dificultad respiratoria será un dato más a tener en cuenta dentro de la valoración global de la gravedad del paciente.

La saturación de oxígeno no lo es todo

Lo que si que es importante que entendáis es que la saturación de oxígeno es un parámetro más dentro de la valoración respiratoria de un niño. Debemos saber también otros datos como la auscultación, la frecuencia respiratoria, el trabajo respiratorio… ya que todas estas valoraciones completan la visión global de si el niño está respirando bien o no.

En ocasiones atenderemos a un niño con una neumonía y al medir su saturación de oxígeno ésta estará baja (por ejemplo 92%), lo que garantiza el ingreso para administrar oxígeno mientras la infección mejora.

En otras, la saturación de oxígeno será normal pero el paciente mostrará signos de gravedad. Por ejemplo, hay lactantes con bronquiolitis que saturan bien (98-99%) pero que respiran muy deprisa o no pueden comer, esto garantiza su ingreso pese a que el nivel de oxígeno en sangre sea normal.

Con estos ejemplos queremos mostraros cómo la saturación de oxígeno es importante pero no lo es todo y debe valorase en un contexto más amplio que la simplicidad de un numerito en una pantalla.

¿Debería tener un pulsioximetro en casa para medir la saturación a mi hijo?

Hay pacientes crónicos (prematuros, niños con fibrosis quística, cardiópatas, asmáticos con regular o mal control…) en los que pude estar indicado que los padres tengan un pulsioxímetro en casa para medir la saturación y actuar en consecuencia. Pero esto forma parte del tratamiento y los cuidados especiales de estos niños.

En niños sanos, y por niños sanos nos referimos también a aquellos que pueden tener algún episodio ocasional de bronquitis a lo largo del año…, no creemos que esté justificado que tengan un pulsioxímetro en casa. Como decíamos en el punto anterior, la saturación no lo es todo. La valoración en casa de la dificultad respiratoria de un niño debe hacerse vigilando si respira muy rápido u observando si marca mucho las costillas o hunde el cuello (trabajo respiratorio) y no con un pulsióximetro. Que la saturación de oxígeno esté bien no quiere decir que al niño no le cueste respirar y al revés, que esté baja no tiene porque decir que tu hijo esté muy enfermo.

En resumen, los padres no sois médicos y por eso mismo motivo no os enseñamos a mirar los tímpanos de vuestros hijos para ver si tienen una otitis o no os damos un aparato para medir la tensión para que valoréis si esta alta o baja cuando tienen un niño tiene un síncope. Atendiendo a esto y debido a su complejidad, aprender a interpretar un pulsioxímetro no debe ser un objetivo de un padre de un niño sano; por el contrario, aprender a valorar la dificultad respiratoria de vuestros hijos solo mirando como respiran debería ser una prioridad.

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¿Por qué los padres tienen tanto miedo a la fiebre?

manos padre e hijo

Fuente: Pixabay

Si hiciéramos una encuesta en la sala de espera de un Servicio de Urgencias de Pediatría cualquiera sobre los temores de los padres con un hijo enfermo, la fiebre estaría en el top 3, si no el primero, con toda seguridad. Cuando un niño tiene fiebre, a sus padres se les enciende una alarma interior que les hace pensar que su hijo está muy enfermo o que algo malo le puede pasar.

Hoy en el blog hablaremos de la fiebre en los niños pero sobre todo de ese temor que tienen los padres a que a sus hijos les pase «algo malo» cuando les sube la temperatura. Hablaremos desde nuestra experiencia como pediatras tras haber visto a miles de niños con fiebre con padres preocupados, pero también desde nuestro punto de vista personal después de haber pasado muchas noches sin dormir vigilando el estado general de nuestros hijos cuando tienen fiebre.

La incertidumbre de la fiebre

No es la primera vez que decimos que la fiebre es uno más de todos los posibles síntomas asociados a una infección, como también pueden ser los mocos de un catarro o la diarrea de una gastroenteritis.

Sin embargo, la fiebre causa pavor a muchos padres. Yo siempre digo a mis pacientes que la fiebre no me preocupa, que lo que me preocupa es que esa fiebre se pueda deber a una apendicitis, a una meningitis o a una neumonía, es decir, me preocupa la enfermedad que provoca la fiebre, pero que la fiebre en sí, los que es la simple elevación de la temperatura corporal, no me preocupa en absoluto.

Muchos padres lo entienden porque se dan cuenta que lo importante cuando un niño tiene fiebre es descubrir por qué la tiene, o en otras ocasiones, descartar enfermedades graves que podrían provocarla. Esto es así porque lo que debe hacer el pediatra al ver a un niño con fiebre es descartar enfermedades para asegurarse que algo grave no es el causante de la fiebre. Por ejemplo, siempre que atendemos a un niño con fiebre y dolor abdominal, realizamos una exploración física en la que tocamos la tripa para descartar esa apendicitis o, si el paciente se queja de dolor de cabeza, miramos si el cuello está rígido para desechar la posibilidad de una meningitis.

Esto que parece tan sencillo, descartar la posibilidad de una enfermedad grave, en ocasiones no es tan fácil como parece. Cuando un niño tiene fiebre, sobre todo un niño pequeño, es muy probable que en las primeras horas de el proceso febril, incluso durante los 2 o 3 primeros días, el niño solo presente fiebre sin otros síntomas acompañantes. Esto nos pone a los pediatras ante una posición que manejamos habitualmente que se conoce como «Fiebre sin foco», lo que traducido a un lenguaje sencillo querría decir «tu hijo tiene fiebre pero todavía no sabemos a qué se debe». Debido a que el 90% de los procesos febriles en niños están causados por virus, la gran mayoría de esas veces en las que no sabemos por qué el niño tiene fiebre se acabará curando solo.

Pero al otro lado de la mesa de la consulta están unos padres recibiendo un mensaje que simple y llanamente lo que les pide es que tengan paciencia para que la enfermedad siga su curso y nos aporte datos nuevos con los que poder hacer un diagnóstico más ajustado. Y esa paciencia que «recetamos» es en ocasiones muy difícil de conseguir. Cuando un niño tiene fiebre los minutos se convierten en horas y las horas en días y estar en casa con un niño con fiebre sin saber a qué se debe acaba minando la seguridad y la confianza de cualquier padre.

Seguramente ese es uno de los motivos por los que muchos padres tienen miedo a la fiebre, el no saber a qué se debe y el tener que esperar ante la incertidumbre de la posibilidad de que todo se deba a la remota posibilidad de una enfermedad grave cuando un virus banal y tontorrón es casi siempre el causante de la fiebre en los niños.

La fiebre no hace daño

El otra gran motivo por el que los padres tienen miedo a la fiebre es porque piensan que la fiebre, o mejor dicho, la «fiebre alta» o la «fiebre que no baja» es mala y puede provocar daños irreparables en sus hijos, uno de los mitos más asociados a la fiebre. Sin embargo, se equivocan.

La fiebre no es ni mala ni buena, solo es un síntoma más de infección. Por esto mismo, la «fiebre alta» no es peor que la fiebre de bajo grado ni significa que la infección que provoca la fiebre sea más grave. La «fiebre que no baja» tampoco debe ser más preocupante que la que responde bien a los antitérmicos porque la respuesta a los mismos no nos da mayor información sobre la causa o la gravedad del proceso.

A pesar de todo, muchos padres creen que la fiebre puede provocar daños en el cerebro o que si no bajan a toda costa la temperatura de sus hijos es muy probable que convulsionen. Está más que demostrado que la fiebre asociada a una infección no hace daño al cerebro. Por otro lado, las convulsiones febriles ocurren en niños que están predispuestos a convulsionar y, como solemos decir, que convulsionen no depende de que bajemos esa fiebre si no de que el niño tenga «mala suerte» y le toque pertenecer al 5% de niños que ha convulsionado alguna vez al tener fiebre. Así que no hace falta alternar antitérmicos, ya que con ello no vamos a conseguir un mejor control de la infección que provoca la fiebre.

Lo que si que ocurre con la fiebre es que es muy incomoda. Lo habitual es que el cuerpo reaccione a la elevación de la temperatura con unos cambios fisiológicos como son la elevación de la frecuencia cardiaca o la respiración agitada. Todos esos cambios generan malestar y es muy normal que un niño cuando tiene fiebre no quiera jugar, no quiera comer o le duela la cabeza. Por eso, cuando damos un antitérmico a un niño lo hacemos para tratar el malestar que provoca la fiebre y no tanto por bajar la temperatura del niño. Si el niño mejora con eso, ya habremos ganado mucho.

Lo que sí nos da «miedo» a los pediatras

Cuando explico la fiebre a los padres en Urgencias siempre les digo lo mismo: prefiero mil veces ver a un niño con 40ºC de temperatura que entra corriendo en la consulta y salta a la camilla que a uno con 38ºC pero que tiene mal aspecto.

Como ya hemos apuntado, lo que importa cuando un niño tiene fiebre es su estado general y no el grado de temperatura que marca el termómetro. Las infecciones graves, además de provocar fiebre, provocan otros síntomas como mal color o manchitas en la piel, decaimiento muy llamativo, dificultad respiratoria… y esos son los niños que «asustan» de verdad. Un niño con 40ºC de fiebre que corre y salta es muy probable que tenga un virus y el tiempo y su inmunidad harán su trabajo y tras unos pocos días el niño estará como una rosa. Por el contrario, si un niño con «fiebre baja» y mal aspecto no es atendido a tiempo puede que la infección que padece se acabe complicando.

Por todo ello, los pediatras siempre insistimos mucho a los padres en los signos de alarma que deben vigilar:  si su hijo empeora el estado general, presenta dificultad respiratoria o le salen manchitas en la piel… tiene que acudir a Urgencias a que valoremos qué está ocurriendo. Ya habrá tiempo después de decidir si el niño está realmente mal o solo es la impresión equivocada de los padres.

La desesperanza de los padres ante un niño con fiebre

Solo cuando tienes hijos puedes entender la desesperanza y ese temor que tienen los padres cuando sus hijos tienen fiebre. Cuando no los tienes no valoras todo el esmero, dedicación y cuidado que un padre o una madre dedica a su hijo cuando está enfermo. A los pediatras, cuando vemos a un niño con fiebre en la Urgencia, nos suelen bastar unos 5 o 10 minutos para decir a los padres lo que tiene el niño y lo que ellos tienen que hacer en casa. Pero tras esa consulta, esos padres se tiene que enfrentar a unos días que se hacen interminables mirando a sus hijos en casa esperando a que la infección remita.

Como os decía, solo siendo padre o madre se es capaz de entender lo que viven los padres con un niño enfermo: noches en blanco al lado de su cama comprobando si todo sigue bien, días y días haciendo piruetas en el trabajo para poder dejar al niño en casa y no llevarlo a la guardería, favores de familiares que te echan una mano para que no falte de nada en la nevera y, sobre todo, sobren besos y palabras de ánimo. Todo ello, minuto a minuto, hora a hora, día a día, acaba generando un desgaste y un cansancio que hace que muchos padres pierdan la confianza en que lo que le pasa a su hijo se va a curar sin ningún tratamiento especial en unos días. Sobre todo teniendo en cuenta que durante los primeros años de escolarización de los niños estos procesos que provocan fiebre se repiten constantemente. Pero la cordura debe imponerse siempre: que unos padres estén cansados por la enésima fiebre de un hijo y la ya incontable noche sin dormir no significa que el niño tenga algo más grave ni que el tratamiento deba ser distinto.

Las fiebres al final se acaban yendo y el cansancio acumulado de los padres se compensa con besos y abrazos. Porque, nos guste o no, la fiebre de los niños pone a prueba a cualquier padre y solo enfrentándonos a ella de una manera segura y sosegada seremos capaces de vencer nuestros miedos sobre la salud de nuestros hijos.

Fuente: Dos Pediatras en Casa G.O

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Además, en septiembre de 2021 echó a rodar «Sin Cita Previa», un podcast del que somos presentadores y que seguro que también te pude gustar. Puedes escucharlo en:

Enfermedades de exclusión escolar: cuándo no debes llevar a tu hijo al colegio

En este blog ya hemos hablado en otras ocasiones de las múltiples infecciones de las que se puede contagiar un niño durante su etapa escolar, ya sea en la escuela infantil o en el colegio. En algunas de ellas, los pediatras os decimos a los padres que debéis dejar en casa a los niños hasta que mejoren para disminuir las probabilidades de contagio al resto de niños de su clase. A estas enfermedades se las conoce como «enfermedades de exclusión escolar» y es de lo que vamos a hablar en este post.

Cómo impedir que un niño se contagie

Las escuelas infantiles y los colegios son el entorno perfecto para que los niños se transmitan de unos a otros la gran mayoría de las infecciones por las que pasarán durante su infancia. En los centros escolares los niños comparten un espacios cerrado en donde es muy fácil que un virus o una bacteria pase de un niño a otro convirtiéndose en muchas ocasiones en un círculo vicioso del que los niños no salen hasta las vacaciones de verano. De hecho, muchas infecciones se transmiten desde días antes de que el niño tenga síntomas (periodo de incubación) lo que hace que controlar el contagio de unos a otros sea muy difícil.

Sin embargo, pese a la facilidad con la que los niños se contagian, es muy importante que se tengan en cuenta una serie de medidas para evitar en la medida de lo posible la propagación de esas infecciones.

Una de las medidas más importante para evitar infecciones no deseadas son las vacunas. Parece una tontería, pero que vuestros hijos estén vacunados es fundamental para que enfermedades graves como el sarampión o la difteria estén en desapareciendo.  A la vacunación hay que añadir una serie de medidas higiénicas fáciles de aplicar como es el lavado de manos con agua y jabón (tanto de niños como de sus cuidadores después de acudir al baño, del cambio de pañal o antes y después de la alimentación de los niños). También es efectivo enseñar a los niños a cubrirse con el codo cuando tosen o estornudan para que las partículas de saliva o secreciones que contendrían a los microorganismos no acaben flotando en el aire o pegados a cualquier juguete.

Por último, decir a unos padres que su hijo enfermo no puede acudir a clase durante unos días es una medida eficaz para disminuir los contagios siempre y cuando la enfermedad que esté padeciendo el pequeño cumpla una serie de características.

Enfermedades de exclusión escolar

Las enfermedades de exclusión escolar son esas enfermedades en las que los pediatras recomendamos que los niños no acudan al colegio para evitar que los demás niños de la clase, en la medida de lo posible, no se contagien de algo que no tienen.

Para poder recomendar que un niño no vaya al colegio por una enfermedad concreta, primero debemos conocer de cuál se trata para saber si es apropiada esa exclusión. Además, debemos conocer también cuál es el periodo de incubación de la enfermedad y el periodo de contagio y eliminación del agente infeccioso ya que de estas circunstancias dependerá la exclusión a la que no estamos refiriendo.

Os pongo un ejemplo, una infección típica de la edad escolar es la varicela. Durante esta enfermedad los niños contagian desde antes de la salida de las manchitas hasta que éstas se convierten en costras o están secas. Llegado a ese punto los niños pueden acudir al colegio porque ya no contagian. Por eso la varicela es el paradigma de las enfermedades de exclusión escolar ya que sabemos perfectamente que cuando decimos que el niño enfermo se debe quedar en casa estamos cortando la cadena de contagio con los compañeros.

Otro caso bien distinto es el de la enfermedad conocida como pie-mano-boca, enfermedad con la que los niños pueden ir al colegio o la guardería. Seguro que ahora te estarás llevando las manos a la cabeza porque en alguna ocasión los profesores de tu hijo o algún médico despistado te habrán dicho  que con esa enfermedad los niños no pueden acudir a clase, pero están equivocados. El pie-mano-boca está provocada por un virus que se excreta en secreciones respiratorias y en heces durante varios meses después de que el niño haya pasado la infección aguda. Por eso no tiene ningún sentido sacar al niño unos días del colegio aunque tenga las manchitas si se encuentra bien ya que cuando vuelva al colegio seguirá pudiendo contagiar a sus compañeros y, obviamente, no le vamos a decir que se quede en casa durante varios meses…

¿Y cuáles son los periodos de exclusión escolar de cada enfermedad?

Como te puedes imaginar, cada enfermedad concreta tendrá un periodo de exclusión distinto debido a que no todos los microorganismos se comportan de la misma forma. En algunas serán unos días en concreto (como en la varicela), en otras mientras tengan síntomas (como en las gastroenteritis) y en otras hasta que se haya empezado el tratamiento antibiótico (como en las faringoamigdalitis por estreptococo o la tosferina).

No existe una lista oficial de estos periodos, sin embargo, la gran mayoría de las asociaciones de pediatría comparten cuáles deben ser los periodos de exclusión de cada enfermedad. Es una lista bastante larga que no merece la pena reproducir en este texto y que vuestro pediatra seguro que conoce. Nosotros solemos manejar la lista de la Guía ABE (link), recurso on-line sobre enfermedades infecciosas pediátricas avalada por la Asociación de Pediatría de Atención Primaria (AEPap). Puedes entrar en ella para conocer si una enfermedad concreta es de exclusión escolar y cuál es su periodo de exclusión.

¿Y los niños con fiebre pueden ir al colegio?

La fiebre no es una enfermedad, es uno de los múltiples síntomas que puede tener un niño que tiene una infección. Otros síntomas habituales son los mocos, la tos, el dolor de garganta, el dolor de oído…

Ninguno de estos síntomas justifica por sí solo la exclusión del colegio o la guardería. Sin embargo, lo recomendable es que un niño se quede en casa siempre y cuando no sea capaz de seguir de forma adecuada la vida diaria de su clase. Puede que la enfermedad que esté provocando esa fiebre no sea de exclusión escolar (como es el caso del pie-mano-boca que comentábamos o se deba a un simple catarro) pero si el niño no presenta un estado general adecuado para estar en clase debe quedarse en casa. Voy un poco más allá, un niño con tos y mocos sin fiebre también debe guardar reposo en casa si no se encuentran bien o requiere de algún tratamiento especial (como es el caso del salbutamol en las bronquitis).

Seamos razonables, cuando los adultos tenemos fiebre o la gripe nos las vemos y nos las deseamos para ir a trabajar en le caso de que no podamos optar a cogernos una baja médica. Teniendo esto en cuenta, ¿vamos a someter a nuestros hijos a ese sobresfuerzo que supone seguir las actividades diarias de una clase? Nosotros tenemos la respuesta bien clara.

A esto hay que sumar una circunstancia importante. Cuando un niño enfermo acude a la guardería o al colegio estamos exigiendo a sus cuidadores que lo vigilen muy por encima de lo que son capaces (que si le salen manchitas en la piel, que si controlar la fiebre, que si la dificultad respiratoria…), cosa que seguro que hacen con su mejor esmero pero que no tiene nada que ver con cómo lo vigilaría un solo cuidador en casa. Porque, sinceramente, cuando estás enfermo como en casa no se está en ningún lado.


En resumen, decirle a unos padres que no deben llevar a sus hijos al colegio mientras padecen una enfermedad concreta es una medida que ha resultado útil para evitar muchos contagios entre niños en edad escolar. Los padres debemos ser responsables de seguir esas recomendaciones por el bien de nuestros propios hijos y de sus compañeros.

Antes de acabar, seguro que muchos habéis pensando que por vuestros trabajos o por el poco apoyo familiar que tenéis no podéis dejar a vuestros hijos en casa más de dos o tres días seguidos sin que eso implique un trastorno familiar o laboral muy grande. Ya os digo que os entendemos perfectamente porque nosotros también somos padres de dos niños pequeños y nos las vemos y nos las apañamos para cuadrar nuestros horarios con guardias, fines de semana o turnos de tarde de por medio y poder seguir cuidado a nuestros hijos como se merecen. La conciliación familiar y laboral en nuestro país no está todo lo desarrollada que querríamos pero este no es un blog sobre políticas sociales, es un blog sobre pediatría en el que las recomendaciones están pensadas para la salud de los niños. Ojalá con el tiempo se consigan mejoras en este aspecto, pero mientras tanto, aparte de los periodos de exclusión que ya hemos comentado sobre enfermedades concretas, debe ser el sentido común de los padres el que dicte cuándo un niño con síntomas banales puede acudir al colegio o debe quedarse en casa.

¿Para qué sirve el antibiótico de tres días (azitromicina) en niños?

Fuente: Pixabay

Seguro que muchos la conocéis, incluso algún pediatra os la habrá recetado alguna vez porque vuestro hijo estaba enfermo. Hablamos, nada más y nada menos, que de la Azitromicina. Un antibiótico que se emplea en exceso en la edad infantil ya que sus indicaciones son muy limitadas.

¿Qué es la Azitromicina?

La Azitromicina es un antibiótico que pertenece al grupo de los Macrólidos, en el cual podéis encontrar algún otro antibiótico que quizá os suene como la Claritromicina.

Se le conoce como el «antibiótico de los tres días» porque su posología es muy cómoda: 1 dosis cada 24 horas durante 3 días (en ocasiones se emplea una pauta similar pero de 5 días). Esta posología es muy apreciada por los padres ya que, a diferencia de las pautas clásicas de otros antibióticos -como la amoxicilina- que en general se emplean cada 8 horas durante una semana, no es necesario administrárselo durante el horario escolar y en menos que canta un gallo han terminado con el tratamiento.

Sin embargo, la Azitromicina no es un antibiótico mágico que sirva para todo. Que no os engañe esa predilección por un antibiótico tan fácil de administrar.

¿Para qué NO sirve la Azitromicina?

Como cualquier antibiótico, la Azitromicina fue diseñada para tratar infecciones provocadas por ALGUNAS bacterias. Por tanto, no es efectivo para el tratamiento de ninguna infección provocada por virus, los cuales suelen provocar catarros, mocos y toses varias.

Si nos centramos en las enfermedades habituales provocadas por bacterias en niños, las más frecuentes son las otitis, las neumonías y las faringitis por estreptococo. Basta repasar los protocolos de la Asociación Española de Pediatría sobre estas infecciones para darse cuenta de que la Azitromicina y los demás Macrólidos, no son nunca la primera opción de tratamiento y se reservan para aquellos niños que son alérgicos a los diferentes antibióticos de elección en cada una de ellas.

La Azitromicina es un antibiótico que sirve para tratar algunas infecciones por bacterías. No es efectiva contra infecciones por virus, como los catarros.

Para entender por qué esto es así debemos fijarnos en cuál es la bacteria que provoca con más frecuencia cada tipo de infección. Por ejemplo, la gran mayoría de  otitis y neumonías de los niños están provocadas por una bacteria que se llama Neumococo. El antibiótico de elección en ambos casos es la Amoxicilina, ya que el Neumococo es muy sensible a este antibiótico. En el caso de las faringitis provocadas por Streptococo pyogenes (las únicas que hay que tratar con antibiótico), este germen es sensible a la penicilina por lo que debemos emplearla en primer lugar.

En España, el Neumococo y el Streptococo son resistentes a la Azitromicina y resto de Macrólidos en el 30% y 20% respectivamente, por lo que, como ya hemos comentado, no deben emplearse nunca como primera opción y deben reservarse para situaciones especiales.

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Entonces, ¿para que SÍ sirve la Azitromicina en niños?

Pues bien, aunque hace un momento hayamos dicho que la Azitromicina no tiene casi papel en las infecciones habituales en pediatría, sí que tiene un hueco en un par de infecciones concretas.

La Azitromicina es el antibiótico de primera elección para el tratamiento de la tosferina. Esta enfermedad está provocada por un bacteria que se llama Bordetella pertussis y es altamente sensible a la azitromicina, motivo por el que se emplea como primera opción.

Este antibiótico también es muy efectivo como tratamiento del Mycoplasma pneumoniae, bacteria que da lugar a un tipo de nuemonía especial que se denomina Neumonía Atípica. Cursa con fiebre de bajo grado (incluso hay niños que no llegan a tener fiebre) y tos en niños de entre 5 y 15 años. A diferencia de la neumonía típica, la clínica es más insidiosa lo que hace que en general se tarde en diagnosticar varios días, incluso algunas semanas.

Por tanto, si tu pediatra te pauta este antibiótico de tres días, debería decirte que está sospechando alguna de estas dos infecciones: una tosferina o una nuemonía atípica. De lo contrario, no tiene mucho sentido administrar Azitromicina a un niño por cualquier otro motivo.

Excepcionalmente también se utiliza en caso de diarrea por Campylobacter. La gran mayoría de las gastroenteritis se curan solas, incluidas las provocadas por este patógeno. En caso de que la diarrea fuera persistente y siempre con un cultivo en heces para este patógeno, la Azitromicina estaría indicada. Sin embargo, esta situación escapa del día a día de la consulta del pediatra.

Pero es que, cuando mi hijo tiene tos y mocos y su pediatra se lo pauta, siempre mejora en 2-3 días…

En el caso de que tu pediatra te pautara la Azitromicina porque esté sospechado una tosferina o un neumonía atípica, es normal que el cuadro clínico mejore en unos días. Pero, ¿cuántas veces puede tener un niño una infección de este tipo durante la infancia?, ¿una vez? Me atrevería a decir que dos como muchísimo.

Otra cosa bien distinta es que, ante un catarro vulgar, tu hijo mejore con este antibiótico. Como ya hemos dicho en varias ocasiones, un catarro es una infección que está provocada por un virus y que da lugar a fiebre, tos y mucosidad. Debido a que es una infección provocada por un virus, mejorará sola en unos días y en el caso de que le estés administrado Azitromicina a tu hijo tendrás la falsa sensación de que mejora por el antibiótico y no porque tenía que mejorar ella sola. No os debéis quedar con esa sensación de que tu hijo mejora de sus fiebres, toses y mocos cada vez que recibe Azitromicna ya que los catarros se curan igual con y sin antibiótico.

Sin embargo, y sin poner en duda la profesionalidad de vuestros pediatras, hay que desconfiar de la indicación de este antibiótico si cada vez que vuestro hijo tiene fiebre, tos y mocos, acaba con un ciclo de tres días de Azitromicina.

Bueno, tampoco pasará nada porque mi hijo lo tome de vez en cuando aunque lo que tenga sea un virus, ¿no?

Esta es un pensamiento que tienen muchos padres y que me preocupa.

La Azitromicina, como cualquier antibiótico, debe prescribirse con una sospecha clara y fundada de que lo que está padeciendo un niño va a mejorar cuando se lo tome.

Si mandamos antibióticos «por mandar algo» estaremos cayendo en dos gravísimas situaciones. Por un lado estaremos exponiendo al niño a los efectos secundarios de un fármaco que no necesita. Por otro, y quizá más importante, estaremos contribuyendo al aumento de las resistencias bacterianas a los antibióticos al prescribirlo en infecciones que no se necesitan. Éste es un problema muy grave a nivel mundial que puede dar lugar a que antibióticos que ahora son excelentes para tratar cierto tipo de infecciones dejen de ser eficaces y no sirvan para nada en el futuro.


Resumiendo, la Azitromicina tiene unas indicaciones muy claras en pediatría. Tu pediatra debe conocerlas y hacer una prescripción adecuada y responsable en el caso de que esté sospechando una de las infecciones que requiere este tratamiento. Así que por favor, no acudáis a la consulta pidiendo el antibiótico de tres días como si fuera la solución a todos los problemas del vuestros hijos. Ya os lo mandará el pediatra en el caso de que esté indicado.


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NOTA: queremos dedicar este post a nuestra amiga Verónica Bernabéu, una de las grandes defensoras de la adecuada prescripción de este antibiótico.

Trece cosas que (quizá) no sabías de la bronquiolitis

Tos

Fuente: Pixabay

La bronquiolitis es el caballo de batalla de los pediatras en los meses fríos del año. Millones de niños en todo el mundo la padecen, lo que en muchos casos acaba saturando desde las consultas de Atención Primaria hasta las Unidades de Cuidados Intensivos Pediátricos de los hospitales de tercer nivel.

A lo largo de este post encontrarás mucha información útil sobre la bronquiolitis que te puede ayudar a entender qué le pasa a tu hijo.

  1. Se define bronquiolitis al primer episodio de sibilancias («pitos») en un menor de dos años en el contexto de una infección viral. En ocasiones, los siguientes episodios en los que aparecen sibilancias se denominan de la misma forma o simplemente como bronquitis o broncoespasmo.
  2. La causa de la bronquiolitis es siempre un virus, en concreto, más del 80% de los casos se debe al Virus Respiratorio Sincitial (VRS). La epidemia de este virus coincide con los meses fríos del año, en nuestro país entre octubre y febrero. El VRS no siempre da lugar a bronquiolitis, en ocasiones se queda solo en un catarro (sobre todo en adultos).
  3. La bronquiolitis afecta a uno de cada tres niños menores de dos años. De todos ellos, un 5% requiere ingreso hospitalario para su tratamiento, lo que la convierte en el motivo de ingreso más frecuente en pediatría.
  4. El cuadro clínico de la bronquiolitis es siempre muy parecido. Comienza con un cuadro catarral en el que predominan los mocos durante 2-3 días. Posteriormente aparecen la tos junto con las sibilancias en la auscultación y dificultad respiratoria. Durante los primeros días puede haber fiebre. Suele mejorar al cabo de una semana aunque la tos puede persistir más allá de 20-30 días.
  5. Existen una serie de factores de riesgo para que la bronquiolitis sea más grave como son el sexo masculino, ser menor de un mes de vida, la prematuridad, padecer enfermedades cardíacas o pulmonares crónicas, las inmunodeficiencias, las enfermedades neurológicas… En estos casos, la bronquiolitis suele requerir ingreso.
  6. No existe un tratamiento que «cure» la bronquiolitis. En ocasiones los broncodilatadores (salbutamol) pueden ayudar, aunque la respuesta en niños pequeños es escasa y la mayoría de las guías clínicas no los aconseja. Los corticoides no han demostrado ser útiles en esta patología.
  7. Los antibióticos, al tratarse de una infección viral, no tienen ningún papel en las bronquiolitis. En ocasiones se emplean cuando se sospecha una sobreinfección bacteriana pero nunca deben utilizarse de forma rutinaria.
  8. Los lavados nasales son una parte fundamental del tratamiento de la bronquiolitis. Los niños pequeños no saben respirar por la boca por lo que despejar la nariz de moco es muy importante para que el cuadro clínico no empeore.
  9.  La posición semiincorporada mejora la dificultadad respiratoria en la bronquiolitis por lo que es adecuado que incorpores a tu hijo mientras duerme.
  10. Para que el niño no se fatigue durante las tomas suele ser útil ofrecerle de comer más veces pero menos cantidad. Cuando la dificultad respiratoria que presenta el bebé durante una bronquiolitis le impide comer es necesario el ingreso para poder iniciar una sueroterapia intravenosa o alimentarlo por sonda nasogástrica.
  11. En ocasiones, la afectación respiratoria es lo suficientemente grave como para que los niños requieran oxígeno o incluso algún tipo de asistencia respiratoria. En estos casos el ingreso hospitalario está garantizado.
  12. En el caso de que tu hijo presente mal estado general, no quiera comer o le cueste respirar debes acudir al hospital para que sea valorado por un pediatra.
  13. La infección por VRS suele cursar en adultos en forma de catarro por lo que si estás enfermo en esta época del año es mejor que no vayas de visita a ver a recién nacidos (que son los que más riego tienen de padecer una bronquiolitis grave en caso de contagiarse).

No nos podemos resistir a enseñarte un vídeo de un niño con dificultad respiratoria debido a una bronquiolitis. Es muy importante que los padres aprendan a apreciarla ya que es uno de los motivos que justifican una visita a Urgencias.

PD: la bronquiolitis es una enfermedad que nos «gusta» a diferencia de muchos pediatras que la consideran muy aburrida porque no tenemos muchas armas con las que luchar contra ella y porque nos carga de trabajo durante el invierno. Todavía queda mucho que investigar en esta patología. Nosotros pusimos nuestro granito de arena en el estudio de esta patología con la tesis de Gonzalo que fue presentada en Junio de 2017.

El copyright de la foto de cabecera de este post pertenenece a furiousmadgeorge bajo una licencia CC BY 2.0.