Carta abierta sobre la fimosis y sus posibles consecuencias

Hace unas semanas recibimos un mail de un seguidor que, a modo de desahogo, nos quería contar cuál fue su experiencia con el famosos tirón que en otra época era casi un obligatorio en los controles rutinarios de salud infantil. Nos ha parecido muy adecuado compartirlo con vosotros ya que nos parece que plasma de forma muy real cuales pueden ser las consecuencias de algo que para muchos es una práctica que no tiene mayor importancia. El mail era el siguiente:

Hola, acabo de leer vuestro artículo sobre fimosis en niños. He ido a dejar un comentario, pero creo que no se ha publicado. Solo quería daros las gracias por publicar este tipo de artículos, ojalá hubiesen existido hace años.

De pequeño tuve fimosis y me dolía mucho. Incluso haciendo «tirones» suaves no podía soportarlo. En las revisiones médicas del colegio, con todos mis amigos delante, tenía que exponerme con todos mirando y forzarme a hacer el tirón acabando siempre en lágrimas, tanto por dolor como por vergüenza.

Entre los seis y los ocho años, mis padres me llevaron al urólogo y este decidió probar un método para evitar el quirófano: el tirón, pero a lo bestia. Como yo ya sabía que me dolería, me puse hecho una furia. Pataleaba, lloraba, gritaba… Era imposible quedarme quieto, así que el médico llamó a tres celadores para que me sujetasen: uno de los hombros, otro de la cintura y otro de los pies. El urólogo empezó a darme tirones, golpes secos, y el dolor fue insoportable y lo peor de todo es que no fue efectivo.

Crecí con miedo a que cualquier persona se acercase a mis genitales. Huía de las mujeres porque todo lo que rodease mi vida sexual, me asustaba. A los dieciocho años me operaron de fimosis y pensé que al fin se habrían acabado mis problemas y tendría valor… pero no fue así.

A los veinticinco años fui consciente de que tenía un problema. Llevaba casi veinte años de mi vida machacándome a mí mismo, con pensamientos autodestructivos (imaginaos lo que significa sentirse incapacitado sexualmente, en un entorno de pubertad masculina).

Dos años, muchas sesiones de psicología y una mujer comprensiva hicieron falta para darme mi primer beso y tener mis primeras relaciones sexuales con veintisiete años. Mis padres, con toda la buena intención del mundo, hicieron lo que pensaban que era mejor y aún le siguen dando vueltas. La psicóloga lo trató como un caso de trauma por abuso infantil: retener a un niño contra su voluntad entre cuatro personas y provocarle dolor en sus genitales.

Hablándolo con ella, el proceso traumático que viví me llevó a una depresión en mi edad adolescente: baja autoestima, ansiedad social, insomnio, dolores de cabeza constantes, cambios de humor muy radicales, hermetismo…. Sin ser yo consciente de ello (ni mis padres), logré superarla y más adelante fue cuando decidí acudir a una psicóloga con pleno apoyo de mi familia que me enseñó a aprender conductas sociales que yo no tenía.

Yo sigo teniendo ese miedo, aunque ahora soy capaz de superarlo, pero me cuesta horrores tener la confianza necesaria para mantener relaciones sexuales.

Me alegra leer este tipo de artículos. No somos conscientes de que un niño puede soportarlo casi todo a nivel físico, pero, a nivel intelectual y emocional, es mucho más frágil.

De nuevo, gracias por vuestra labor.


Creemos que no hace falta más que añadir. Damos las gracias a esta persona anónima por habernos permitido publicar y difundir su correo. Desde aquí esperamos que sirva a otros profesionales para que prácticas como la del tirón no se vuelvan a repetir nunca.

Si queréis leer la entrada sobre la fimosis a la que hace referencia, podéis hacerlo en este LINK.

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