¿Por qué lloran los niños cuando van al pediatra?

¿Os habéis planteado por qué los niños lloran cuando van a Urgencias?. ¿Es el dolor de oído que tienen o el miedo a lo que pueda ocurrir?.

Desde nuestra experiencia como pediatras («los malos de la película») nos enfrentamos a diario a situaciones en las que atendemos a niños que lloran. Con el paso de los años hemos aprendido la importancia que tiene realizar un buen diagnóstico pero también el saber atender a un niño que llora intentando mitigar su dolor y el miedo que tiene a lo que está sucediendo.

En el post de hoy os contamos lo que tenéis que saber acerca de por qué los niños lloran cuando van al médico. Esperamos que tras su lectura contribuyáis a hacer más llevadera a vuestros hijos la experiencia de ir al pediatra.

El llanto

Los niños lloran como respuesta emocional a una experiencia o situación desagradable que no siempre tiene porqué ser dolor. Esta respuesta emocional depende del grado de desarrollo del niño y sus experiencias previas. Cuanto más pequeño, más probable es que llore ante una situación que le desconcierta. A medida que el niño crece y madura se desarrollan mecanismos psicológicos que permiten enfrentarse a esa situación que le genera angustia sin llorar (como haríamos los adultos).

La visita al pediatra, ya sea en Urgencias por una enfermedad aguda o en consulta para una revisión rutinaria, constituye una situación estresante para el niño que suele culminar con un berrinche durante la exploración. El miedo a lo desconocido (el niño no conoce en muchas ocasiones al médico que le va a atender ni sabe que es lo que le va a hacer) y las experiencias pasadas desagradables (vacunas, extracción de una analítica, exploración física, dentista…) junto con un entorno amenazante (frío, decoración escasa, poca ropa…) contribuyen a que nuestros pacientes sean incapaces de controlar sus emociones y acaben llorando agarrados a sus padres.

Hasta los 6-7 meses de edad es habitual que los niños no lloren durante la exploración ya que lo ven como un juego, incluso algo divertido. En caso de que algo les moleste (el frío de la habitación al quitarles la ropa, la exploración de los oídos o la garganta, agarrarles para medirles) empezarán a llorar. Pasados esos meses los niños se hacen más conscientes del entorno que les rodea y son capaces de detectar situaciones en las que se sientes agredidos antes de que sucedan. La edad más crítica se sitúa entre el año y los dos años de edad. Posteriormente el niño empieza será capaz de controlar sus emociones poco a poco, como hemos comentado, haciendo más agradable la visita al médico.

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Por tanto, los adultos tenemos que conocer que el llanto es algo normal y fisiológico. Una respuesta del organismo a una amenaza. De nada sirve decirles frases como «no te está haciendo nada» o «tu hermano nunca lloraba al venir al médico». Debemos dejar que los niños lloren aunque intentemos calmarlos, ya que en ocasiones es la única forma de que fluyan sus emociones.

¿Dolor o miedo?

El dolor es una sensación desagradable frente a una agresión que está sufriendo el cuerpo. Como hemos explicado, los niños suelen manifestar el dolor en forma de llanto a diferencia de los adultos en los que muchas veces somos capaces de aguantar el dolor sin tener una respuesta emocional como la de los niños.

Pero no es raro que ya incluso desde antes de la consulta los niños lloren. Muchos padres cuentan que los niños empiezan a llorar cuando les dicen que van a ir al pediatra antes de llegar al hospital. De forma similar vemos a pacientes que no presentan ninguna sintomatología y simplemente les estamos atendiendo para pesarles o medirles y acaban llorando en medio de la consulta.

Esto refleja que los niños no solo lloran en respuesta al dolor sino que el miedo a presentar dolor o a lo que pueda ocurrir es suficiente para desencadenar este tipo de emociones. Los adultos hemos desarrollado herramientas psicológicas basadas en nuestras experiencias previas que nos permiten afrontar esos miedos de forma serena, sin embargo los niños pequeños no son capaces de hacerlo. Pero además, tanto el dolor como el miedo son sentimientos individuales y no estandarizados, es decir, unos niños llorarán por una cosa mientras que otros permanecerán calmados.

Tanto el dolor como la ansiedad en los niños ha sido minusvalorada de forma histórica dándose por hecho que es normal que los niños lloren. Es normal que un niño llore al ir al médico por lo que ya hemos explicado, pero eso no quiere decir que no nos veamos obligados a tratar el dolor o intentar disminuir la ansiedad del proceso.

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El dolor siempre hay que tratarlo

No es ético ni moral permitir que un niño (ni ningún otro paciente) tenga dolor. De nada sirve hacer el mejor diagnóstico del mundo si no tratamos los síntomas que éste provoca.

Es responsabilidad tanto del pediatra como de los padres administrar un analgésico cuando el niño empiece a quejarse. El médico deberá valorar la intensidad del dolor para administrar al paciente un analgésico de potencia suficiente para mitigarlo. Antiguamente se creía que los analgésicos podían disimular o esconder síntomas importantes pero estudios recientes han demostrado que esto no es cierto. Por tanto, los padres deben atender el dolor de sus hijos desde el principio y administrar un analgésico incluso antes de acudir al médico, además es más fácil que éste desaparezca si se inicia pronto el tratamiento.

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¿Qué podemos hacer para disminuir el miedo?

Quizá esta sea la parte más importante. Como hemos dicho, muchos niños tienen más miedo que dolor, lo que hace si cabe más desagradable la experiencia de acudir al pediatra. Es evidente que un niño con una otitis o con un brazo roto tendrá dolor y debemos tratarlo, pero si somos capaces de disminuir el miedo con medidas no farmacológicas conseguiremos que la experiencia sea menos desagradable. Las medidas a adoptar deben ser realizadas tanto por los padres como por los médicos.

Los padres

Son las figuras de apego de los niños, en los que más confían. Por ello deben colaborar activamente en prevenir la ansiedad que les genera a los niños ir al pediatra. Una explicación clara y sencilla de por qué van al pediatra y de lo que seguramente les va a ocurrir es fundamental para que el niño afronte la visita más tranquilo.

Frases como «No te va a ocurrir nada» o » Solo vamos al médico para que vean a mamá» deben evitarse. Si un niño piensa que va al hospital a acompañar a su madre se sentirá traicionado y la experiencia cuando sea atendido será desastrosa. No se debe mentir a los niños ya que hacerles pensar que va a ocurrir algo diferente a lo que realmente va a ocurrir solo empeora las cosas.

Por el mismo motivo no debemos utilizar a los médicos como amenaza para conseguir que los niños hagan las cosas: «¡¡Si no te tomas el puré vamos al médico a te pinche el culo!!». Este tipo de frases solo aumentarán la ansiedad de los niños en caso de que tengan que acudir por otros motivos al hospital.

Los pediatras

Nosotros somos la otra pieza clave del proceso, esas personas de las que emanan todos los males que ocurren en el hospital para un niño. En definitiva: el enemigo. Sin embargo hay que darle la vuelta a la moneda e intentar que los niños no vean al pediatra como un ogro.

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Es nuestra responsabilidad adecuar el entorno en el que atendemos al niño para hacerlo más agradable (temperatura, decoración…). También, si los niños son lo suficientemente mayores, debemos explicarles lo que les vamos a hacer, incluso decirles que puede que les moleste o sientan dolor. Podemos dejar que cojan al fonendo o el otoscopio para que vean que esos aparatos no pinchan ni causan dolor.

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En niños pequeños debemos permitir que todas las exploraciones que sean posibles se realicen en presencia de los padres y si se puede en brazos de alguno de ellos. En lactantes pequeños que todavía toman lactancia materna incluso ofrecerles hacer una toma durante los procedimientos.

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En ciertas ocasiones será necesario recurrir a un juguete o a una canción que distraiga al niño (nunca en exceso para no abrumarle). Otras veces tendremos que contarles alguna historia fantástica de princesas y guerreros o de superhéroes y piratas, incluso preguntarles por la novia que todavía no tienen. Y es que, en la mayoría de los casos, los pediatras experimentados somos capaces de meternos al niño en el bolsillo y realizar una exploración sin que el niño llore a través de la calma y la paciencia. Incluso a veces se nos recompensa con un beso o un dibujo.


Por último os dejamos con un vídeo de YouTube en el que se ve a un médico poniendo una vacuna a un niño pequeño. Como otros muchos procedimientos es doloroso. Pero el buen hacer del doctor consigue que el llanto del pequeño sea muy corto: 1) viste sin bata, 2) permite que esté en brazos de sus padres, 3) le enseña lo que va a hacer antes del verdadero pinchazo y 4) una vez que le administra la vacuna le distrae para que cambie de pensamiento y se le pase pronto. (Nota: puede que Youtube te pida que te loguees para poder ver el video y que demuestres que tienes mas de 12 años).

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